Alicia Caballero Galindo
Un día más, la rutina empieza, el sol por mi ventana me despierta, me levanto, preparo una taza de café, me fascina el aroma cuando cae sobre el café molido el agua hirviendo, ¡no cabe duda! La invención de la cafetera eléctrica es una genialidad, contemplo cómo cae lentamente la infusión en el cristalino depósito que descansa sobre sobre el disco caliente. La primera taza de café, la degusto en el jardín, frente a la casa, mirando cómo los pájaros revolotean en esa buganvilia que sembró mi madre en una maceta y fue colocada a la entrada de la casa un día cualquiera, pasado un tiempo, no la pudimos mover, ella, decidió quedarse ahí, rompió la maceta con sus raíces y se ancló en la tierra, desde entonces, han pasado muchos años, mi madre partió al infinito pero cada vez que veo ese follaje plagado de flores color naranja, me parece percibir su sonrisa.
El ir y venir de pájaros, me relaja, y despeja mi mente, a veces pienso: -¡quién fuera ave!- volar por los cielos y mirar desde arriba todo el paisaje, sentir el viento, el sol, debe ser una sensación liberadora. La realidad es otra, a veces la rutina consume la imaginación, y los sueños, se alejan con el ir y venir de los días. A veces, la soledad me asalta, recuerdo a mis seres queridos con quienes crecí, mis padres, mis tíos más cercanos, y… los extraño, olvido mi edad y sonrío, no puede ser que estén vivos, pero siento un profundo vacío cuando pienso en ellos y que no puedo compartir mis vivencias como antes, siento que vivo en un planeta distinto y es difícil comunicarme con quienes me rodean. El tiempo es ingrato y nos va quitando insensiblemente… muchas cosas, al grado de sentir que se pierde la ilusión en un mañana. ¿y los hijos? Ciertamente son una bendición, un regalo del cielo, y los nietos, la consagración de la existencia. Cuando son pequeños y están cerca, el gozo es infinito, verlos crecer, caminar y volar. Cuando se alejan en busca de su futuro, el corazón se llena de una mezcla agridulce de sentimientos; el haberlos visto hacerse mayores y el entender que son de paso, marchan en busca de su futuro. El silencio invade a esos cuartos antes bulliciosos y la nostalgia, como un virus, va tomando posesión de los sueños y es entonces cuando el recuerdo de los que se fueron empieza a pesar.
Estoy a punto de terminar el último sorbo de café, debo entender que es lo más natural del mundo la evolución del tiempo, pero… los jóvenes viven tan de prisa y tan preocupados por el “mañana” que no entienden lo que pasa por la mente de quienes acumulamos primaveras. Aunque hay que adaptarse a los tiempos actuales para subsistir, la nostalgia a veces nos gana, hoy es un día de esos.
Hundida en mis pensamientos no me di cuenta que un perro blanco entró a mi jardín y se veía inquieto, con sus redondos ojos negros y sus orejas hacia atrás en actitud de humildad, movía su cola y lloriqueando, me puso una pata en la rodilla y pensé que tenía hambre, le di un pan que no consumí, lo tomó delicadamente y se encaminó a la puerta volteando a verme y regresando unos pasos, como invitándome a seguirlo, cuando me levanté de mi silla, caminó seguro, sabía que lo estaba siguiendo. A la vuelta de la casa, se detuvo ante una anciana sentada en la banqueta a la que le dio el pan. Se me hizo un nudo en la garganta, la mujer lo partió y ambos disfrutaron el bocado con delicia, ella le sonreía diciéndole:
-¡Muchacho bribón! Siempre consigues algo para el desayuno, solo me falta una buena taza de café.
Al escucharla me acerco y los invito a ambos al jardín, ya instalada en una cómoda silla, le ofrezco una taza de café recién hecho, lo toma entre sus manos, aspira el aroma y le da un sorbo, vuelve sus ojos pequeños pero vivarachos a mí, después de pasear la vista por el jardín y me dice:
-Es un privilegio poder sentarse en este lugar rodeado de flores y plantas, ¡mira! Hasta tienes gatos, los veo pasearse por el techo. ¿Alguien te dijo que la sonrisa de los que se fueron son las flores que te rodean? Tu jardín siempre tiene flores, aves y gatos, está lleno de vida y de luz, se ve que nunca estás sola. Es algo que sólo se alcanza a apreciar con los años. Yo me quedé sola y no me gusta estar encerrada, Romero, me perro, siempre me acompaña, salimos por la mañana a recorrer las calles que antes no tuve tiempo de disfrutar, me la pasé cosiendo en la máquina hasta muy grande, y decidí vivir cada día sintiendo el sol por las mañanas, nunca falta una mano caritativa que me ofrece algo. Me gusta sentir que aún hay gente buena.
Después de un minuto de silencio y disfrutar su café continúa:
-Recuerda que tienes hijos y nietos en los que tu actuar dejará huella; para que sientan lo que hoy sientes por tus mayores, deja a tu paso amor, no esperes que te entiendan, acepta la vida como viene y ¡vive! Vive plenamente y disfruta el privilegio de amar y ser amada. Cuando te vea triste, pasaré a acompañarte mientras nos tomamos un café. En algún tiempo, yo vivía por aquí, ahora, todo está muy cambiado, pero sigo disfrutando del sol de la mañana y la compañía de Romero.
Se levantó de la silla al terminar su café y con una sonrisa llama a su perro
-Vámonos muchacho, aún tenemos cosas qué hacer.
Volviendo a mirarme dice:
-Soy doña Macrina, algunos en el barrio me conocen, quiero ayudar a la gente, recuerda; la soledad no es buena compañera y vivir en el pasado, ¡hace daño!.
Salió sin decir más, la acompañé hasta la reja, caminaron unos pasos hacia el oriente, la luz del sol me encandiló un poco creo que desaparecieron, tal vez fue una ilusión óptica. No sé si fue real o imaginario… me quedo un rato pensativa y a los pocos minutos pasa Albertina, una vecina y al mirarme, dice:
-Te ves triste, como si te pesaran los años, ¡anímate! Tal vez necesites que te visite doña Macrina…