Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Ayer recibí una llamada, el identificador decía que era Ana, pero la voz que escuché no parecía la de ella, en tono oscuro, profundo y ronco dijo: Maestra, no quiero asustarla, pero Antonio está muy grave. Después de oír una larga explicación de lo sucedido, colgué; quise pensar que el número estaba equivocado, que esa no era Ana y que usted no está grave.
Hoy, mientras manejada rumbo al hospital, escuchaba muy lejos la voz de Luis Ángel que me platicaba de no sé qué cosas, iba a mi lado, de copiloto. Hablaba y hablaba y yo mientras veía las hojas amarillas de los árboles del boulevard, recordé que tenemos pendiente una ida a los troncones con mis alumnos de octavo semestre, para festejar el feliz término del servicio social que usted gentilmente les asesoró, acuérdese que prometió llevar el asador para que después de la caminata nos echáramos una carnita asada.
De mis alumnos universitarios, usted ha sido uno de los pocos que desde el aula supo tejer una amistad de respeto que trascendió después de haber egresado. Servicial, educado, solidario, generoso, excelente chef y con gran sentido humano hacia sus compañeros de la carrera y maestros.
Recuerdo cuando siendo mi alumno le pedí que me apoyara para trasportar por la noche unas cajas de libros que una amiga me había regalado, me sorprendió la pregunta que hizo a mi petición “¿eso que vamos a hacer es legal?”, entre risas le contesté: “Totalmente, iremos por la noche porque es el único horario en el que ella está en casa”; ahí descubrí que no le gustaban las cosas chuecas y tal vez eso me hizo confiar más en usted.
No se me olvida la ocasión que me fue a buscar hasta el salón de clase para avisarme de la campaña de desprestigio que un exalumno que sufría esquizofrenia y con quien yo había sido bastante tolerante por su enfermedad cuando le di clase, había desatado en redes sociales provocando confusión entre los estudiantes de la licenciatura; “Vengo a decírselo y a ponerla en alerta porque mis compañeros y yo sabemos que nada de lo que él dice es cierto y es muy seguro que usted no esté enterada” y sí, yo no sabía nada; me sorprendí, no tanto de lo que se decía de mí, sino de su preocupación por que no se cometiera una injusticia conmigo.
Usted sabe que mi mamá lo quiere mucho, desde el día que apareció de la nada, en plenas vacaciones, llevando a casa un generoso plato de corundas que había preparado para que conociéramos ese típico platillo michoacano. Ya sabe, a mi mamá le encanta probar su discada y hasta pidió que le preparara una el día de su cumpleaños.
Cuando llegamos al hospital, Ana salió a recibirnos, Luis Ángel le preguntó cuál era su estado de salud y he parado en seco la explicación diciéndoles que no quiero saber detalles, el aire seco y el día frío no ayuda a sobrellevar este dolor, veo el camellón del bulevar, con el piso llenos de hojas amarillas.
Cuantos viajes, cuantas comidas, cuantas charlas tengo para recordar su bondad, su alegría, sus preguntas, sus dudas, su atención y paciencia para escucharme cuando hablo sobre el patrimonio cultural y no paro, de la política educativa universitaria, del quehacer del historiador.
No creo en la gravedad de su salud, pero sí en su fortaleza y juventud. No puede derrotarse ahora, recuerde que tenemos pendiente la quinta temporada de The Crown, que me va a prestar la película de “Una noche en el museo” para mis alumnos que toman la clase de Gestión de museos, que está por recibir su título de Licenciado en Historia y Gestión del Patrimonio Cultural.
Necesito que esté sano para hacer esos viajes maravillosos a Michoacán y a Chicago que le platicó al maestro Ambrocio, donde usted sería el guía; tenemos pendiente también un viaje a la huasteca potosina que hemos pospuesto por la pandemia y donde usted manejará la camioneta de la UAMCEH para llevar a un grupo de estudiantes.
Hay tantas cosas aún por hacer, no Antonio, no es tiempo de irse, no es tiempo de derrotarse, no es momento de abandonar esta tarea que aún no ha terminado: su proyecto de In Tempo, esa revista electrónica que tanta polémica ha levantado entre sus compañeros; ser padre, como algunas veces me lo platicó; tener un empleo de Godínez.
Esta carta que hoy le escribo, de alguna forma también me la escribo a mí, a Luis Ángel, a Ana y a todos que hemos compartido su cariño, y lo queremos, sano y sonriendo, para que la vida pueda seguir sin sobresaltos.
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