Ambrocio López Gutiérrez
Cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador planteó que el Estado español debería ofrecer disculpas por los atropellos cometidos en estas tierras hace varios siglos muchas personas se burlaron, otros ironizaron con el tema pero las élites mexicanas enseñaron descaradamente el cobre pues sus voceros salieron en defensa de la monarquía europea. Se entiende que los conservadores no han leído Las venas abiertas de América Latina (un clásico de Eduardo Galeano muy recomendable para abrevar en la historia económica y social) u otros textos magníficos que detallan el saqueo al que fueron sometidas las colonias durante 300 años, sin embargo, por mínimo decoro, priistas, panistas y perredistas debieron mostrar algún compromiso con su país.
El jefe del ejecutivo federal ha demostrado hasta el cansancio que es un hombre muy terco. Acaba de anunciar que las relaciones entre los gobiernos de México y España entran en receso (pausa dice el tabasqueño) para que ambas naciones puedan analizar, reflexionar y tomar decisiones sensatas en el futuro cercano. No se habla del cierre de embajadas o ruptura de relaciones; se trata más bien de darse espacio en una tregua fraternal que podría mejorar la situación. No quiero ni pensar en la clase de información que tiene AMLO en su poder contra las empresas ibéricas que colmaron su paciencia pero se infiere que hay cuestiones delicadas para que vuelva a emplazarlos a pedir perdón y dejar de considerar a México como tierra de conquista.
Según David Barreira (elespanol.com), Antonio Espino López (Córdoba, 1966) se ha convertido por méritos propios en uno de los grandes especialistas actuales en el estudio de la conquista hispana de América. Dan buena muestra de ello excelentes obras como Vencer o morir, sobre la gesta de Hernán Cortés, y Plata y sangre, centrada en la toma del Imperio inca (ambas en Despertad Ferro), resultado de un trabajo de más de una década de revisión de las crónicas y la documentación primaria desde el renovado enfoque de la Historia de la Guerra, la New Military History. Antes, en 2013, había escrito La invasión de América, publicada por RBA y que ahora, todavía en la estela del quinto centenario de la conquista de México y las reclamaciones de su presidente, resucita la editorial Arpa ampliada y revisada.
Espino, catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona, realiza un profundo y documentado análisis sobre la violencia extrema, el terror y la crueldad empleada por los conquistadores españoles en el Nuevo Mundo, unas acciones ensayadas anteriormente en otros teatros de operaciones como las Islas Canarias o el norte de África y sobre las que, a su juicio, no se ha reflexionado desde una historiografía competente. Como una aportación para el debate sobre este tema presento a continuación una síntesis de la entrevista publicada en estos días donde queda en evidencia que en España hay personas con la suficiente honestidad intelectual para reconocer los atropellos de la corona peninsular en tierras americanas.
“¿Por qué la de América es una memoria tan escabrosa? Respuesta. Porque siempre, o por lo menos en buena parte de la información que tiene el público general, procede de la época franquista, donde se insistió muchísimo en unas características, todas positivas, de lo que se llamó en su momento la conquista de América: la llegada de la civilización, de la libertad, una nueva lengua, el cristianismo… Se intentó vender como una acción loable que nos diferenciaba de otros imperialismos. Esa imagen fue calando muy fuerte, y a diferencia de otros conceptos que se quisieron imponer sobre la historia de España, tipo Reconquista, que ya han sido bastante superados por la historiografía, la cuestión de América ha quedado anquilosada, en ese pasado maravilloso.
P. ¿Y las razones de que España no haya asimilado esa verdadera y trágica dimensión de la conquista de América? R. Se oculta lo negativo. No se ha querido reconocer que como cualquier otra invasión, conquista o desarrollo imperial a lo largo de la historia, estas acciones siempre han sido muy duras, con un uso del terror y la crueldad de una forma muy evidente. No somos ninguna excepción, ni diferentes a los demás. Nuestro imperialismo también tuvo elementos durísimos. Esa información se le ha escamoteado a la población. Por lo tanto, desde nuestro presente nos cuesta entender por qué desde determinados ambientes americanos aún se nos recrimina «es que ustedes nos hicieron esto». Hay que reconocer que se hicieron cosas que desde una óptica actual nos parecen muy rechazables y punto.
P. En el libro narra masacres, ahorcamientos, ejecuciones en la hoguera, amputación de manos como castigo ejemplarizante, etcétera, descritas por los protagonistas. Pero quizá lo más llamativo es que todas estas prácticas tienen antecedentes históricos. R. Todas están registradas en muchísimos ambientes completamente diferentes. Ahora estoy preparando una parte de una asignatura que me ha dado pie a repasar la actuación británica en la India en las décadas finales del siglo XVIII. La Compañía de las Indias Orientales, en un par de décadas, 1760-1780, empieza a destruir la manufactura de algodón en la zona de Bengala. Los propios historiadores británicos calculan que solo los resultados sociales de esa actuación provocaron la muerte de unos seis millones de personas. Y, uno de los castigos que introducen para poder frenar cualquier conato de rebelión, también es el corte de manos.
P. Pone en tela de juicio los argumentos con los que se trata de evidenciar las bondades de la conquista hispana, como la verdadera efectividad de las leyes nuevas, la extensión de la lengua castellana o el acceso a las universidades. No todo es blanco o negro. R. Si sacamos de contexto estas cuestiones, todo parece maravilloso, pero son argumentaciones muy fáciles de desmontar. Aunque lo más trágico de este asunto es cuando se quiere argumentar que la América hispana no era una colonia. Jurídicamente, quizá en la época no la tildaran como una colonia, pero el funcionamiento efectivo a nivel social, económico, de explotación, es como si de una colonia se tratara. Que hubiese una gran cantidad de cuerpos jurídicos de aplicación obligatoria para la población americana, las leyes de 1512-13, de 1542, de 1573, y una necesidad sistemática de renovar ese cuerpo jurídico ya implica per se que las anteriores no están funcionando.
Solo hay que recurrir al famoso informe del conde de Lemos, cuando era virrey del Perú, que visitó la gran mina de Potosí en 1670 y empezó a investigar cómo se estaban comportando con los indios que desarrollaban el trabajo obligatorio, el sistema de las minas. Se dio cuenta de que desde hacía un siglo los indios se pasaban prácticamente toda la semana bajo tierra. Ese tipo de circunstancias hacen que sea imposible defender las bondades de un sistema colonial. Tienes testimonios que no son secundarios ni terciarios, en este caso es todo un virrey el que se queja de las condiciones de vida de esa pobre gente e intenta solucionarlo, aunque está muy limitado por las circunstancias. No es el padre Bartolomé de las Casas, sino un funcionario de máximo rango que reacciona ante unas cosas terribles.
P. En este ensayo le da mucho espacio a las narraciones de Bartolomé de las Casas, un personaje muy denigrado como fuente. ¿Por qué es valioso su testimonio y cómo hay que abordarlo? R. Como cualquier otro testimonio, hay que leerlo con cuidado. Su obra más conocida, la utilizada por la propaganda antiespañola, la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, quizá a nivel de documento de época, es de los elementos con los que hay que tener más cuidado, porque ahí sí que buscaba impactar al lector y mover conciencia. Hay obras fundamentales del padre De las Casas, como su Historia de las Indias, donde sí explica muchas formas de actuación que puedes ir comparando con lo que te explican otros cronistas y personajes que se movieron en la misma época y ámbitos geográficos, y ves que hay coincidencias. Recuerdo el escrito de tres padres que están en Chile y le dicen al virrey que lo que De las Casas relató, ahí lo están viviendo exactamente igual.
P. ¿La principal consecuencia de la conquista de América para la historia fue entonces la «hecatombe poblacional», como la define usted? R. Sí. Hay un término que me fastidia mucho porque se tergiversa y manipula por unos y otros, el de genocidio. Mejor hablar de hecatombe poblacional, que es lo que realmente ocurrió. Trasladar conceptos propios de cosas terribles que han ocurrido en el siglo XX a otros ambientes no tiene sentido, además es incorrecto. En América no se produce un holocausto, en todo caso etnocidio porque hay grupos que desaparecen, pero no porque haya una política de Estado que busque su desaparición. Hubo diversos grupos que sufrieron muchísimo hasta prácticamente desaparecer. El etnocidio se produce sobre todo en determinados ámbitos en los que la actuación hispana no es tan clara: Brasil, Estados Unidos o Canadá.
P. De este libro resulta interesante la parte de los abusos sobre la población femenina y las violaciones. ¿Se ha ocultado o realmente no se ha prestado atención hasta la coyuntura del presente feminista? R. De todos los temas a tratar es probablemente el más complicado. En la época, en general, estas cuestiones no eran un delito o algo reprobable. A nivel documental el reflejo que van a tener esos posibles actos es muy difícil de rastrear. Antes de emprender la fase final de la conquista de México, cuando Cortés es plenamente consciente de que va a tener la ayuda de los aborígenes, procura que los europeos estén regidos por una especie de ordenanzas internas de cómo comportarse entre ellos, pero también con los nuevos aliados. Uno de los elementos en los que insiste para evitar roces con los aliados es el de no abusar de las mujeres.
Al mismo tiempo, para fomentar que su gente obtuviese algún tipo de ventaja, en las campañas previas a la caída de México, después de tomar alguna ciudad rebelde, reparten hombres, esclavos, pero también mujeres. Ahí se ve como hay una pugna por quedarse con las mujeres más bellas, repartidas sistemáticamente entre la oficialidad. A ese nivel se percibe que hay una problemática que a nivel de documentación es muy difícil de rastrear. En la ampliación de La invasión de América he trabajado todo lo que he podido los testimonios de abusos. Es una temática complicada. Si ya la mujer europea está en un segundo plano a nivel documental, la aborigen es difícil que aparezca.
P. También, como hacía en Vencer o morir, rebaja la importancia del armamento hispano. ¿Tuvo más efecto la propaganda para infundir el terror que el propio efecto de los arcabuces o piezas de artillería? R. En un momento dado es significativo que el uso de la crueldad les tiene que ayudar a superar las deficiencias tecnológicas en el sentido de la cantidad. No tienen allí un ejército de 8.000 arcabuceros, 12.000 piqueros, 4.000 caballos y 20 cañones. Entonces, simplemente había que poner un poco de orden en esta argumentación: tienen arcabuces, bueno, de hecho son escopetas, una primera versión arcaica. En el fondo, aún le estoy dando más mérito a Cortés y compañía. Llevaba 13 armas de fuego en el primer ataque hacia el interior de México, y 16 caballos. Luego los caballos, Pizarro lleva cinco veces más que Cortés. ¿Eso es caballería? No, es otra cosa. No estamos hablando de grandes cantidades de tropas armadas trasladadas de Europa a América, sino de grupos armados como pueden.
P. Escribía en la introducción de Vencer o morir que «ser crítico con nuestro pasado bélico-heroico no significa ser antipatriota». ¿La historia está más politizada e ideologizada que nunca? R. Una de las grandes sorpresas de los últimos años es que la historia está muy presente en los medios de comunicación, en las discusiones políticas… La historia siempre se ha utilizado por parte del poder. En los años 80, por ejemplo, los socialistas intentaban asimilarse al despotismo ilustrado de Carlos III, hoy en día absolutismo ilustrado. «El mejor rey de España», decían los eslóganes, porque era un monarca reformista como los socialistas (risas). La idea de buscar un anclaje en el pasado es muy típica. Pero en los últimos años, por diversas circunstancias, la historia tiene un recorrido muy notable.
P. ¿El éxito de libros como los de María Elvira Roca Barea evidencian una ansiedad de autoestima española? ¿Por qué tienen tanta acogida esos postulados? R. Autoestima acrítica española. Justamente es eso. Viene una autora, que encima no es historiadora, sino filóloga, y yo he leído —no sé si ella me lee a mí— un artículo suyo fantástico sobre la recepción en España de Vegecio en los siglos XIV-XV. Me parece una autora para cuestiones de literatura castellana del siglo XIV-XV muy relevante, muy buena. El tema es que moviéndose en círculos de artículos de este calibre la leeríamos un público muy reducido. Lo que ha pergeñado aquí a nivel de historia es más bien un panfleto político, como lo definió el profesor Villacañas.
Tiene un público cautivo en el sentido de que está ansioso por recibir un tipo de producto que no les haga pensar más allá de que existe y siempre ha existido una gran conspiración para limitar nuestros grandes hitos históricos. Este público, que se puede asimilar fácilmente a sectores conservadores, está ansioso por que alguien les explique las supuestas conjuras contra la grandeza de la patria, y reaccionan de una manera increíble porque solo hay que ver el volumen de ventas de Imperiofobia. Entonces por eso digo que me siento tan patriota como cualquiera, pero mi interés historiográfico es cómo los españoles ejercieron la violencia en América, cómo justificaron o intentaron encubrir los cronistas de la época de la mejor forma posible que existiese esa violencia. No busco tanto contrastarla.”
El material anterior muestra, cuando menos, que el presidente AMLO es un tipo necio pero muy documentado en cuestiones históricas y políticas. Seguramente un amplio sector de la intelectualidad peninsular coincide con el autor que hoy he expuesto y, de alguna manera, le dan la razón al político tabasqueño quien solamente desea un trato de igualdad entre naciones soberanas que han dejado testimonio de sus esfuerzos constantes por mejorar la vida de sus respetivos pueblos. Ojalá se imponga la autocrítica humilde y se deseche la soberbia monárquica. Que viva México y que viva España.
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