Alicia Caballero Galindo
El aire enrarecido de aquella tarde de canícula, lamía mi piel como una lengua húmeda y ardiente; me desabotoné mi camisa para sentir un poco de fresco, pero fue inútil, las débiles ráfagas de viento parecían quemar. La gravilla suelta de la vereda hacía mi marcha más lenta, las piernas me dolían al andar. A pesar de haber recorrido una y mil veces este camino, en esta ocasión, mi ánimo andaba por los suelos y mis hábitos diarios que siempre había disfrutado, en este momento me parecían pesadas cadenas que me ataban a una realidad que no me gustaba. Marcela, mi novia acababa de partir a la capital, estudiará una maestría en la Universidad y yo estaba atrapado en mi terruño, mi padre no podía atender la plantación por su avanzada edad y era nuestra forma de vida desde… ¡no se desde cuando! Generación tras generación, hemos cultivado el agave para producir el mejor tequila de la región, no en balde nos lo compran las mejores destilerías, es ya una cuestión de honor. Caminar siempre ha sido para mí un desfogue, la soledad es una buena consejera mientras no nos dejemos absorber por ella, es una celosa amiga que tratará de adueñarse de mi tiempo y no debo permitirlo.
Los labios frescos y entreabiertos de Marcela, me perseguían y me parecía verlos a donde volteara, nunca nos habíamos separado y yo deseaba casarme con ella, pero con una mirada profunda y convencida de lo que decía, hace algunos meses me pidió que la esperara o me fuera con ella a la capital, quería perfeccionar sus estudios administrativos, decía que era necesario para ayudarme con el negocio en un futuro muy próximo, la maestría era de dos años, solo un año, el segundo, podía hacerlo en línea, desde aquí. Decía que el tiempo se iría de prisa… no me quedó otro remedio que esperar su regreso porque la amo pero… la acción de atreverse a salir a la capital para superarse a pesar de las barreras de una educación tradicional, me hizo sentir un poco incómodo porque me siento atado a estas tierras y sus costumbres, soy como los elefantes que encadenan a la tierra desde pequeños y al crecer, ignoran que con un pequeño movimiento, podrían arrancar la estaca que los mantiene anclados en la tierra… la fuerza de las costumbre es terrible a veces.
Yo sé que puedo irme también, me gustaría ver otros horizontes distintos de la facultad de agronomía local donde estudié para apoyar el trabajo del plantío. Aunque me gusta lo que hago, quisiera conocer cómo trabajan la industria del agave en otras partes para mejorar la producción, pero… no me atrevo ¿será el miedo a la libertad?, el temor al fracaso, o la fuerza de la costumbre… mi mente está llena de frustración y dudas, se debate entre se querer ser y el deber…¿Hasta dónde llega el deber? Y a juicio de quién…
El calor me agobiaba, mi respiración se agitaba, los hilos de sudor se escurrían por mi espalda bajo la camisa. Llegué a este peñasco que se ha convertido en mi atalaya desde niño, me gusta subirme hasta lo más alto, desde ahí me siento grande, invencible, sin cadenas…de chico pensaba que el mar azulado del plantío antes del corte, era mágico e imaginaba un sinfín de aventuras, en esta ocasión, al pararme en la parte más alta, sentí que podía romper las cadenas que me ataban a la tierra, podía volar y seguir el rumbo de mis sueños. De nuevo los labios de Marcela sugestivos y entreabiertos, me invitaban a besarlos una y otra vez entre las nubes del crepúsculo. Un estremecimiento sacudió mi cuerpo y de pronto sentí la necesidad de volar, me creí en un nido de águilas allá en la cumbre de un acantilado y como el aguilucho en su primer vuelo, miré hacia abajo, hacia arriba y no encontré nada que me limitara, el vacío era un enigma, mi instinto dice que debo de confiar en el poder de mis alas. Mi esencia me manda volar, confiar en mi fuerza y paladear la caricia del viento, sólo falta lanzarse al vacío, y batir las alas con fuerza, con la aurora partir y ver ponerse el sol cada atardecer desde la seguridad del nido en aquel acantilado.
Marcela se atrevió a lanzarse al vacío y estaba volando en nuevos horizontes ¿y si no regresa a mi lado? ¿Y si encuentra otro nido en otro acantilado? Es un riesgo…dicen que cuando un ave aprende a volar debe dejarse libre y si vuelve, nunca se irá de tu lado, aunque vuele… si no regresa, nunca tuvo un lazo fuerte que la atara.
Algo pasó dentro de mí, con esos pensamientos martillando mi cabeza, vi cómo un gavilán atrapaba a una paloma al vuelo, era la comida de sus polluelos, una dura y sabia lección, el más fuerte sobrevive, el débil fenece en el intento. Yo debía tomar la decisión de permanecer en mi cómoda postura frente a la plantación sin mirar otros horizontes, sin correr riesgo alguno y dejando en manos de otros mi destino, muriendo de frustración cada día atado a mis cadenas y viendo en el cielo a las aves volar… o atreverme a saltar desde el nido de mi acantilado hacia la aventura, aprender a volar y afrontar los riesgos de mi decisión.
Estaba a punto de oscurecer, me sentí contento, me atreveré a extender las alas y saltar desde el acantilado. Sólo Dios sabe mi destino, pero más vale intentarlo pase lo que pase, para no morir de tedio, frustración y desencanto en la comodidad mullida de un nido que debió abandonarse a tiempo.
Y… ¿Marcela? Será el destino quien decida por los dos.