Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Con días soleados y buen clima, iniciamos la travesía almorzando en uno de los paradores de la carretera interejidal unas gorditas de 14 pesos que me siguen pareciendo caras, porque para mi experto paladar gordero no están muy sabrosas y aunque el lugar suele estar lleno de comensales, es demasiado rústico para los precios turísticos que tienen en su carta.
Seguimos por la carretera entre huertas de naranjas; mientras Ambrocio conducía le platiqué que yo había recorrido hace años las comunidades rurales de la zona, que van desde Rancho Nuevo hasta Graciano Sánchez, pasando por El Fuerte y Boca de San Pedro: “Creo que hubiera beneficiado más a las poblaciones rurales si se hubiera construido siguiendo ese trazo, no entiendo por qué hicieron esa carretera entre huertas de naranjas”.
Después de un largo silencio me contestó: “Porque esta obra no respondía a las necesidades sociales de la población rural si no a los intereses económicos de los empresarios naranjeros, la intención del gobierno en turno fue que los ricos sacaran más fácil sus cosechas de sus huertas y que los terrenos aumentaran su plusvalía, no que la población rural, en su mayoría pobre, tuviera vías de comunicación más eficientes.”
Después de esta cruda explicación económica quedamos en silencio hasta llegar a la ex hacienda de Santa Engracia donde detuvimos la marcha.
Ahora convertida en hotel, su casco luce muy bien cuidado, un edificio del siglo XIX de aspecto campirano y de proporciones modestas si lo comparamos con las altas construcciones del sur de estado o del centro de México. Aunque en otras ocasiones he visitado su interior, ahora sólo caminamos alrededor de la plaza que está frente a ella donde aún se conserva lo que en otros tiempos fue una fuente.
Las casas que rodean la plaza lucen pintorescas, remozadas, con las cercas de piedra muy bien cuidadas así como sus puertas y los barrotes de madera que tienen las ventanas; este conjunto forma parte de las habitaciones del hotel.
Algunas fuentes históricas afirman que este espacio se conservó así después del reparto agrario porque sus propietarios cumplieron en tiempo y forma con las leyes agrarias donde parte de los acuerdos era que el propietario podía quedarse con la casa grande y escoger las tierras que por ley se le entregarían.
De tal forma que al realizarse la toma de tierra por los campesinos no fue en forma violente sino pacífica a diferencia de otras haciendas que, a la resistencia de los grandes propietarios, respondieron violentamente los campesinos.
Pocos kilómetros más adelante llegamos al poblado de Santa Engracia, con una plaza muy descuidada y un monumento a don José Martínez y Martínez, quien fue propietario de la Hacienda y gobernador de Tamaulipas ejecutado en 1876 por Servando Canales, en la iglesia un gran trajín de celebraciones religiosas donde el cortejo de una quinceañera iba llegado al tiempo que salía un contingente de otra.
Algunas casas de los 30 o 40 del siglo XX se conservan, la mayoría un tanto abandonadas; cruzamos la vía del tren y nos acercamos a admirar el impresionante puente de metal del río San Engracia por donde pasa el tren; le dije a Ambrocio: “nunca he sabido por qué razón desmantelaron la estructura metálica del puente negro que cruzaba el San Marcos, finalmente el tren sigue pasado por ahí pero perdimos algo de nuestro paisaje histórico, este se ve espléndido”.
Rio divertido de mi emoción y dijo “vamos a buscar el cementerio de los tractores rusos, están por aquí cerca”; tomamos camino a Crucitas, ahí se paró en una casa y después de platicar largamente con la señora que salió a atenderlo, subió al carro y me dijo, “aquí vivía un amigo que una vez me llevó a ese lugar, era un campo donde concentraron todos los tractores que la URSS le envió a México en los años 70, pero que por el problema de piezas se volvieron pronto inservibles y terminaron en esa especie de corralón, no recuerdo exactamente donde estaba por eso pasé a preguntarle, pero me dicen que él ya murió.”
Nuevamente el silencio se apoderó del espacio, la tristeza en su rostro me decía que la fiesta ese día había terminado. Pasamos junto al campo deportivo del ejido, ahí estaban instalando una gran tarima y un escenario de fiesta, al parecer, la quinceañera que habíamos visto entrar a misa en Santa Engracias, vendría aquí a festejar.
Tomamos el camino rumbo a la carretera Monterrey-Victoria, pasamos por El Atorón, ese emblemático lugar donde venden unas exquisitas carnitas de puerco; no paramos, seguimos de largo hasta llegar a Ciudad Victoria, el apetito se había esfumado.
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