Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
El Carmen, ese pequeño paraíso Salimos de Padilla rumbo a Ciudad Victoria por la carretera que va a Barretal, con espíritu explorador para ver el panteón de Santa Brígida y el ejido Plan de Ayala que está por esa ruta y que perteneció a la Hacienda de El Carmen. Nos acompañaron las huertas de naranja que desbordaban el horizonte, era tiempo de cosecha; delante de nosotros una camioneta con remolque cargada de naranjas caminaba despacio, decidimos no rebasarla y disfrutar del espectáculo desbordante de esa extraordinaria fruta. Al llegar a Barretal decidimos de último momento entrar a El Carmen, recordé que había venido a este lugar solo una vez recién llegada a Victoria, un compañero de la Universidad nos invitó al río. Yo sólo conocía los de la huasteca potosina, así que cuando llegamos al lugar mi decepción fue grande, aquello no era un ancho río, hondo y de aguas color turquesa, sino un río cuya agua llegaba a los tobillos y tenía una fuerte corriente. Entonces no comprendí la riqueza hídrica del lugar ni las características peculiares de los ríos tamaulipecos, ni que ese en particular, el río Purificación era uno de los afluentes más importantes del estado. Con aquellos recuerdos entramos al pueblo, que me sorprendió a primera vista, del lado derecho una gran construcción de adobe derruida; acaparaba toda la vista y me trasportó a los años 30 del siglo pasado, paramos bajo un árbol; hacia el otro lado se enfilaban una serie de casas de colores, pequeñas, muy bonitas, de arquitectura vernácula que embellece en su conjunto la entrada del pueblo. Casi inmediatamente está la iglesia dedicada a la Virgen del Carmen, muy iluminada y bien cuidada, y al fondo a la derecha una capilla más antigua que fue construida a principios del siglo XX primero como casa-oficina de la hacienda y posteriormente como templo y escuela. Muy amable, la secretaria de la oficina parroquial nos permitió entrar a ella, ahí está el Santísimo Sacramento, las paredes, el techo y algunos adornos lucen antiguos pero alegres. Frente de la iglesia otra gran construcción antigua de adobe, que según nos refirieron todavía está en uso. Recorrimos la calle principal hasta el ejido Guadalupe Victoria, me sorprendió la limpia agua del vertedero y su mantenimiento, algunas casas estilo Mississippi y una avenida muy arbolada. Un pueblo hermoso, no fue necesario llegar hasta el río, para mí, la belleza del lugar me había desbordado, había visto suficiente así que prometimos regresar para caminarlo un poco más. Antes de retomar la carretera a Victoria nos paramos a comprar naranjas con doña Mary que generosamente nos dio a probar de todas las clases y al final nos dio un buen pilón. Cuando llegue a casa busqué desesperadamente un librito que había tenido guardado desde hace mucho tiempo pero que nunca me motivé a leerlo, “Historia de la Hacienda de El Carmen de Benítez” escrito por Adelaida Benítez de Noriega editado por la Universidad Autónoma de Tamaulipas en 1989. Escrito en una prosa costumbrista, alegre y bucólica, comienza describiendo la estirpe familiar que dio vida a la hacienda, el árbol genealógico y la honorabilidad que los propietarios ostentaban. La autora justifica la colonización escandoniana señalando que la vida de los que llegaron a ocupar las tierras era “precaria” pues tenían que defenderse de “los indios bravos” y que “se les asignaron las tierras sin prejuicio o protesta de los pobladores indígenas, pues no estaban asentados de manera permanente”, es decir, ocuparon las tierras porque no eran de nadie. El protagonista de la historia es el ingeniero Francisco Benítez Leal quien recibió las tierras de El Carmen a fines del siglo XIX al casarse con Adelaida Martínez González, hija de don José Martínez y Martínez, transformándolas en tierras fértiles y modernizando el espacio agrícola. Aunque la Hacienda sobrevivió a los embates de la revolución, su inminente reparto se ejecutó en 1939, creándose el ejido Plan de Ayala con 200 hectáreas y 150 de agostaderos así como el Guadalupe Victoria con 376 hectáreas de riego y 558 de agostaderos y temporal. Adelaida Benítez consideraba El Carmen como un lugar hermoso hasta antes del reparto agrario, sin embargo, creo que su belleza sigue perdurando gracias a los hombres y mujeres que siempre trabajaron en ella, pero que ahora son poseedores y beneficiarios de la tierra.
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