Alicia Caballero Galindo
Aquella mañana de invierno, sentí que mi vida perdía sentido; durante mucho tiempo, trabajé para una empresa de bienes raíces como asesora legal, y mi desempeño era excelente, me sentía parte de ella, pero nada es para siempre: unos meses atrás murió su dueño y fundador, el mayor de los hijos se hizo cargo del negocio y, a pesar de conocer mi desempeño profesional siempre eficiente, y considerarme una colaboradora ejemplar, decidieron prescindir de mis servicios. Fue un golpe que me dejó, vacía. Durante más de veinte años serví a la empresa y resolví problemas que me acarrearon enemigos, y no me importó en su momento, traía bien puesta la camiseta, me sentía importante y respetada por casi todos excepto uno que otro enemigo gratuito, que nunca falta y que, al final de cuentas, son la sal de día a día. Llegué a creer, que siempre estaría ahí, ¡ilusa de mí!. Los nuevos dueños, con una amable sonrisa, me dijeron con frialdad. “Gracias por tus servicios, es tiempo que descanses, te queremos mucho” Pero nunca me preguntaron si quería retirarme. Me sentía en el mejor momento de mi vida, a mis cincuenta años, poseía salud inmejorable, experiencia y conocimientos, pero…así es. Recibí una excelente pensión y una casa como parte del retiro, pero… me sentí desechada, mi función, la iba a ejercer el menor de los hijos que reclamó el puesto. No lo merecía era bastante inexperto. Si por lo menos me hubieran permitido quedarme como consejera… ¡No! La decisión fue radical, ellos pagarían el precio de la inexperiencia, así se aprende.
Yo no podía superar la sensación de vacío, a pesar de estar en una buena casa y con una pensión decorosa, no sabía qué hacer con mi tiempo; al retirarme en contra de mi voluntad, de una actividad que había ejercido con vocación y éxito por mucho tiempo y era parte de mi vida, que empezó a perder sentido.
Sentada frente a la ventana de mi habitación, miraba como hipnotizada el movimiento caprichoso de las hojas amarillentas y secas del nogal que se encuentra en el camellón, enfrente de mi casa. En esta época caen formando una alfombra movediza que el viento dirige a su capricho, a veces las levanta del suelo en pequeños remolinos y suben, como si quisieran alanzar la rama de la que pendían, pero caen al suelo irremisiblemente, con alegre crujir, que me parece un murmullo de sonrisas, se agitan bajo los pies de quienes transitan por ese lugar. Poco a poco se asilencian, y con el tiempo, reposan tranquilas como si tuvieran conciencia de su próximo destino: incorporarse a la tierra, para su metamorfosis; bajo el influjo de la humedad, se transformarán en abono y volverán a subir un día frescas y renovadas a la fronde de donde cayeron, así es su vida, transformarse para evolucionar. Era curioso, me quedé reflexionando en el destino de esas hojas, siempre reciclables que se adaptan a su estado y esperan tranquilas el momento de su transformación. No cabe duda que la naturaleza es muy sabia, sencilla inexorable, efectiva.
Me dirigí a la cocina a prepararme un café y seguí dándole vueltas al asunto. Me di cuenta de mi soledad, mis padres murieron y mi única hermana, tenía su vida completa lejos de mí. Me comprometí con una empresa que no era mía y, al quedarme sin ese trabajo, tuve que pensar qué hacer con mi vida. El ayer es historia y solo sirve de referencia, la vida es cambiante; haciendo un balance vital, entendí que todo pasa por algo, la rutina nos hunde en la mediocridad y la única manera de salir de ella es con una fuerte sacudida. Nunca es tarde para iniciar una nueva empresa, que sería propia, solo se requiere coraje y yo lo tuve.
Aprendí, increíblemente, de las hojas secas del nogal; detonaron el potencial de mi experiencia y vitalidad, así como la capacidad de adaptarme a nuevas situaciones. Soy un ser de lucha, no de fracaso. Me arreglé, me maquillé y fui al café donde me reunía con personas importantes. Al entrar, todos voltearon a veme y me sentí importante otra vez algunos me saludaron y otros me miraron con una sonrisa sarcástica que, lejos de intimidarme me sentí poderosa de nuevo porque me di cuenta que el valor personal, no depende de agentes externos, sino de mis conocimientos y habilidades para solucionar problemas y ambas cualidades son intrínsecas. Por muchos años defendí intereses ajenos, hoy emprenderé una nueva empresa, la mía. Me senté en la mesa de siempre, pedí un café y abrí mi computadora, a los pocos minutos, apareció una cara familiar; un buen amigo que buscaba asesoría legal…
Hoy me reivindiqué a mí misma, tengo un despacho y… creo que encontré a alguien… ¡nunca es tarde para nada! el tiempo lo dirá. Siempre existe la posibilidad de triunfo, está dentro de nosotros, lo debemos de encontrar, la competencia es con nosotros mismos, ¡sólo en nosotros! Por lo pronto, soy dueña de mi vida. Aunque suelo trabajar para otras personas.