Ambrocio López Gutiérrez
La construcción del territorio tamaulipeco ha sido más ordenada que en otras entidades lo que ha permitido contar con una red de ciudades grandes y medianas donde se refleja cierta solidez económica, además, el resto de los municipios tiene localidades, generalmente las cabeceras, que contribuyen a definir con precisión el rostro colectivo del estado. Es cierto que Mier y Tula han sido reconocidos en su momento como pueblos mágicos, sin embargo, personalmente considero que merecen esa clasificación muchos otros entre los que propondría a Palmillas, fundada bajo la protección de Nuestra Señora de las Nieves; Jaumave que cuenta con múltiples atractivos; Bustamante, la antigua villa sede del municipio natal del general Alberto Carrera Torres; Miquihuana lugar privilegiado para quienes disfrutan los paisajes invernales; Llera donde a las bellezas ya conocidas se agrega el funcionamiento de las trajineras; Ocampo, la antigua villa de Santa Bárbara en cuya jurisdicción se encuentra el santuario de la Virgen del Contadero; Gómez Farías, nada menos que la entrada a El Cielo; Aldama, santuario de la tortuga lora, donde se ubica la extraordinaria Barra del Tordo; Soto la Marina, tierra que vio llegar la expedición independentista de Francisco Javier Mina; Padilla, ejemplo del repudio de los tamaulipecos hacia las monarquías; Guerrero, lugar lleno de historias del contrabando de licor en la época de la prohibición y Camargo, el viejo puerto del Río Bravo a donde llegaron algún día barcos de vapor desde Nueva Orleans.
Para los que amamos a Tamaulipas lo ideal sería que todos sus pueblos fueran declarados mágicos pero hay que tener mesura; por lo pronto ahí dejo la lista subrayando que cada uno de los lugares cuenta con argumentos sólidos para figurar a nivel nacional. Por ahora me permitiré abordar el recorrido que hicimos con estudiantes de la UAM de Ciencias, Educación y Humanidades de la UAT comenzando en Palmillas a donde llegamos la mañana del viernes para escuchar una breve charla sobre arte barroco a cargo de la doctora Clara García Sáenz y que tuvo lugar, precisamente, en la parroquia de Nuestra Señora de las Nieves donde también pudimos admirar el célebre retablo dorado y algunos cuadros que cuelgan de las paredes venerables, pinturas valiosas que deberían urgentemente ser restauradas pero que no se ha podido por falta de presupuesto. Saliendo de la iglesia nos dirigimos a la casa de la cultura que está a media cuadra de la plaza donde nos recibió la elegante figura del colonizador José de Escandón; ahí nos informaron que la autoridad municipal pretende instalar un museo que sería de gran valor ya que permitiría el desarrollo educativo, cultural y social de la región. En un espacio de la plaza de Palmillas tomamos nuestros sagrados alimentos entre los que destacaron las flautas de chorizo, huevo (verde o rojo), de frijoles y otras que no alcancé a probar por falta de espacio en mi organismo. Se estableció una especie de competencia entre varios de los estudiantes de la licenciatura en Historia y Gestión del Patrimonio Cultural por definir quién de ellos es mejor elaborando almuerzos.
Salimos del lugar artística, cultural y gastronómicamente alimentados enfilando hacia Tula pero antes de entrar al pueblo mágico fuimos a visitar la pirámide de Tammapul (lugar de mucha niebla) que forma parte de un triángulo arqueológico donde existen trabajos de investigación del Instituto Nacional de Antropología e Historia. El sitio está limpio, resguardado por el INAH y el ayuntamiento tulteco según nos informó el custodio del lugar quien demostró conocimiento del tema haciendo una introducción diciendo que existe la teoría de que se trata de vestigios de la cultura pame y que se cree que la antigua construcción podría ser la suntuosa tumba de algún monarca o un personaje distinguido de la civilización que ocupó durante siglos esas tierras que eran magníficas para la agricultura por la abundancia de agua en la vieja laguna que actualmente languidece víctima de los cambios climáticos y el desdén gubernamental. Enseguida nos trasladamos a la ex hacienda de Los Charcos donde entramos a una antigua casona cuyo deterioro no impide notar su antigua elegancia. Esa construcción está muy cerca de la zona urbana de Tula y, a reserva de lo que opinen los que saben de construcción, tal vez valdría la pena reconstruirla para darle un uso comunitario.
Recorriendo el Arroyo Loco se entiende porqué Tula es pueblo mágico reconocido pues ha transformado positivamente su imagen urbana; abundan los locales comerciales, servicios públicos a precios accesibles, oferta generosa de productos artesanales desde dulces elaborados con frutas del semidesierto hasta las internacionalmente famosas cueras; por cierto, estuvimos en las escalinatas que conducen hasta la cuera monumental recientemente instalada; en las paredes hay murales entre los que destaca uno dedicado a la célebre artista posrevolucionaria Frida Kahlo. Se gastó buena parte del día y había que volver a alimentarse así que dirigimos nuestros pasos al pasaje comercial de nuestro amigo Fernando donde devoramos un plato rebosante de enchiladas, tultecas por supuesto. Saciada el hambre el anfitrión nos explicó la historia del mural que él mismo patrocinó apoyando a un artista que reside en el pueblo mágico y que ilustra la fundación del lugar por los frailes franciscanos quienes aparecen rodeados de indios semidesnudos. No podíamos estar en Tula sin probar las nieves artesanales y los estudiantes universitarios se dieron gusto comprobando la calidad del producto. Regresamos sin incidentes y alcancé a elaborar esta breve reseña.
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