Clara García Sáenz
A la invitación espontánea de Zayo vino mi repuesta también espontánea, si voy; se trataba de una actividad cultural que se estaba cocinando en Tula, Tamaulipas con motivo de la inauguración del mural “Fundación de Tula” realizado por José Luis Domínguez López en el espacio comercial Halcón propiedad de Fernando Guerrero Guzmán quien iniciaba con éste, un trabajo de gestión cultural permanente en el Pueblo Mágico.
He estado muchas veces en Tula, pero nunca había pernoctado ahí, así que la invitación nos pareció un excelente pretexto para sacudirnos un poco el confinamiento e intentar retomar la sana costumbre que tenemos de viajar; una forma de retorno a nuestra vida, pausada por la emergencia sanitaria.
Para disfrutar el viaje completamente, decidimos irnos por la antigua carretera a Tula; así que, como un tranquilo paseo fuimos remontando curva tras curva hasta llegar a Altas cumbres que al mediodía aún tenía niebla; pasamos la curva del Chihue y pudimos ver el valle de Jaumave, descendimos lentamente, sin tráfico llegamos muy pronto a San Antonio, para nuestra sorpresa no estaban los militares apostados ahí desde la época de la presidencia de Ernesto Zedillo, cosa que nos causó asombro, sin embargo, kilómetros adelante encontramos el puesto militar con instalaciones ya construidas, nos dio gusto ver que después de varias décadas habían dignificado la estancia de los soldados que cuidan ese paso hacia en el noreste de la Patria.
Llegamos ya por la tarde a Tula y después de hospedarnos nos fuimos a la inauguración del mural, ahí conocí a Fernando Guerrero, quien aprovechando las paredes del corredor comercial de su propiedad, patrocinó a José Luis Domínguez para que ahí pintara su obra “Fundación de Tula”.
Para la ocasión, organizó una tertulia donde se habló de Tula y de su historia. Tuve oportunidad de saludar a amigos que tenía ya tiempo no veía, Juan Carlos Laga y su esposa; me sorprendí al saber que Zayonara Páez (Zayo como le decimos de cariño) escribía poesía, me gustó conocer nuevos amigos del mundo cultural, a Fernando, a la maestra y poeta Ana Lilia de la Cruz y a José Luis Domínguez el autor del mural.
Vino entonces el festín gastronómico con enchiladas típicas de la región y unos tamales riquísimos. Salimos cerca de las 11 de la noche rumbo al hotel, el pueblo estaba totalmente tranquilo, sin un alma en la calle, lucía iluminado, hermoso, alegre, con la serenidad propia de los pueblos mexicanos donde la gente se resguarda temprano y el silencio reina en la noche.
Después de un profundo descanso, caminamos en la mañana fresca rumbo a las gorditas de huevo con chile rojo, un manjar que Rosita preparó, le pregunté que si ella había hecho las enchiladas de la noche anterior, me dijo que sí “yo siempre he trabajado aquí en Tula en puestos de comida” bromeé con ella y le dije que entonces ya estaba lista para trabajar en Ciudad del Maíz también, porque cumplía los estándares de calidad del pueblo hermano.
Nos despedimos de Fernando agradecidos por su hospitalidad y con la promesa de volver, enfilamos rumbo a Bustamante, municipio cercano y el único que me faltaba de conocer de la zona llamada popularmente cuarto distrito ahora altiplano tamaulipeco.
Entramos en el laberinto de curvas hasta llegar al Mirador, donde un imponente valle se aprecia en lontananza, ahí me enteré que cuando el gobernador Manuel Cavazos Lerma impulsó el asfaltado de la carretera a Bustamante, que desde su fundación en 1749 había sido de terracería hasta 1999 en que la obra fue terminada, en este lugar pusieron unas banquitas, cuando dicho gobernador comentó que era un buen lugar para meditar. Ahora cuenta con unas letras turísticas y es una parada obligada para la foto.
Llegamos casi al medio día al centro del pueblo, había primeras comuniones por ser domingo muy próximo a la fiesta del San Miguel Arcángel, patrono del pueblo; entramos a la iglesia aprovechando la confusión de niños y padrinos que se acomodaban en las bancas y el resto de familiares esperaban afuera del templo. Aún conserva la traza original de la construcción y la mampostería del techo está muy bien conservada.
La plaza bien cuidada, lástima que pusieron un enrejado a su alrededor y los accesos están cerrados, seguramente por pandemia. Pero contrasta fuertemente con la cantidad de gente que había visto horas antes en la plaza de Tula; pensé que debe ser desafortunado para sus habitantes no tener el libre tránsito a la plaza; en un pueblo de pocos habitantes una medida así me pareció excesiva en domingo y más cuando todas las personas que vimos en la calle traían su cubreboca, ya que ni en Tula ni en Ciudad Victoria la vi con tanta disciplina.
Después de disfrutar un rato el clima fresco del mediodía, tomar fotos y recorrer algunas calles, volvimos a la carretera rumbo a Ciudad Victoria, paramos en Jaumave para disfrutar un caldo de res y recorrer de regreso el tramo de Altas cumbres que, por ser domingo, lucía lleno de gente en los comedores y su mirador.
El viaje confirmó una vez más mi afirmación: “Que Tamaulipas es muchos Tamaulipas”; tan distinto el norte del sur, la frontera de la costa, de climas diversos, vegetación extrema, paisajes extraordinarios, comidas distintas, pero con gente igual de franca, hospitalaria y generosa.