Alicia Caballero Galindo
La palabra, es fuerza de espada que hiere, bálsamo que sana, falaz promesa que engaña, o poder de la razón que convence. La palabra vale cuando se respalda con hechos.
El uso de la palabra para comunicarse con sus semejantes, fue sin duda un paso determinante para la consolidación de las sociedades humanas.
Con las tradiciones orales, se propagaron culturas, ciencias y religiones; los grandes predicadores, de todos los rincones del mundo, hicieron uso de la palabra para penetrar en la conciencia de los oyentes, pero la oratoria como arte, nació propiamente en la antigua Grecia. Atenas, era una ciudad – templo, consagrada al cultivo de la belleza y la perfección en todas sus manifestaciones, ahí se cultivó la expresión libre del pensamiento, que se convirtió en un verdadero arte. Se dice que el primer maestro de oratoria fue el griego Tisias y el más conocido por su perseverancia, Demóstenes, que, siendo tartamudo, venció su limitación y llegó a ser un gran orador. Con el desarrollo de la filosofía cobró fuerza esta disciplina, especialmente usada por los sofistas. Un sofisma es una conclusión falsa inducida y fundada en premisas verdaderas he aquí este clásico ejemplo:
**Esta perra es mía
**Esta perra es madre porque dio a luz perritos
**Entonces, si es mía y es madre, ¡es mi madre!
Los sofistas hacían gala de sus dotes de elocuencia para convencer a los oyentes de sus ideas con sutiles recursos retóricos que bien manejados, hacían parecer verdades absolutas sus pensamientos.
La oratoria, ha sido a través del tiempo un recurso formidable para convencer a las masas, para lograrlo, se requiere que el orador posea el don de la palabra, es decir, la capacidad para convencer. El orador es un vendedor de ideas y como tal, debe estar plenamente convencido de lo que predica y para ello, debe conocer perfectamente el “producto” que ofrece. La oratoria es un arte considerado como parte de la Literatura. Un discurso debe poseer belleza, claridad, fluidez, ritmo, cadencia, y una estructura sintáctica clara y precisa capaz de transmitir sin duda alguna el mensaje deseado. Un orador convence con razones sustentables expuestas con elegancia, aplomo, lógica, convicción, pleno dominio del tema y de sí mismo. Quien utiliza en su discurso, vocablos peyorativos u ofensivos, la pieza oratoria pierde valor literario y queda de manifiesto la pobreza de recursos del expositor.
En la historia moderna, personajes como Hitler, Lenin, Stalin, Mussolini, Mao Tse Tung, cada uno en su tiempo y en su espacio, fueron capaces de arrastrar a miles de personas por caminos tortuosos gracias al magnetismo personal, y el poder de su palabra.
A raíz de los movimientos revolucionarios, a inicios del siglo pasado y la consolidación de los gobiernos democráticos en Latinoamérica, el manejo de la oratoria fue un recurso esencial de los gobernantes para para convencer a los pueblos de las bondades de sus propuestas. Recordemos al Lic. Adolfo López Mateos, (1958-64) quien fuera campeón de oratoria y rendía sus informes con un despliegue de recursos retóricos y conocimiento de sus logros, mantenía el interés por cuatro o cinco horas, y convencía a los oyentes. Sin embargo, a partir de los errores estratégicos de Luis Echeverría, (1970-76) y José López Portillo (1976-82), que fueron buenos oradores, pero no respaldaron con hechos sus palabras, fue decayendo la confianza del electorado, hasta llegar a nuestros días, donde se ha perdido la práctica de este noble arte por los gobernantes. El último y malogrado político que era un excelente orador, fue Luis Donaldo Colosio Murrieta, a quien le costara la vida adelantarse a su tiempo.
El poder de la palabra, esencial en el rubro de educación escolarizada, ha perdido fuerza, si bien, la corriente del Constructivismo, señala que a los alumnos debe proporcionárseles herramientas indispensables para conformar su propio acervo, la voz presencial, del maestro, sigue siendo una pieza indispensable, para inducir a sus estudiantes por el camino del saber y su autoformación. Si bien, la educación en México antes de la pandemia, no estaba en su mejor momento, hoy, con la educación a distancia, la influencia del maestro es casi nula, si agregamos que el país no está preparado con infraestructura adecuada para esta nueva modalidad, va a costar mucho trabajo, tiempo y esfuerzo, superar este bache en la educación.
Si bien es cierto que la educación superior tiene mucho tiempo de estar “en línea” con buenos resultados, los alumnos de educación básica, no tienen la madurez necesaria para incorporarse a esta modalidad y los padres de familia no tienen el tiempo, el espacio y los recursos tecnológicos para apoyarlos, si la familia es numerosa, se complica aún más la atención a sus hijos. Falta la palabra del maestro, el contacto personal con los alumnos. La educación a distancia en preescolar y primaria, jamás podrá sustituir al contacto del alumno con sus maestros y la convivencia con sus compañeros que es un importante aspecto de su formación.