José Ángel Solorio Martínez
Nuevo Laredo, Tamaulipas, vivió hace cinco años un fratricidio. Los involucrados, crecieron desde niños a la sombra de dos de los más destacados dirigentes cívicos de la ciudad: Carlos Enrique Cantú Rosas y Enrique Rivas Ornelas; ambos, dirigentes históricos del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM); los dos, pioneros en la frontera de la alternancia en los Ayuntamientos.
Paladines ciudadanos.
Los hijos de ambos -Carlos Cantú Rosas y Enrique Rivas Cuéllar- heredaron de sus padres capitales políticos potentes que les pavimentaron el camino para hacer exitosas carreras en esa micro-región.
Desaparecido el PARM, optaron por otras opciones.
Llegó primero a la alcaldía, Cantú Rosas al amparo del PAN. Hizo tan buen trabajo, que su propio sucesor no se esforzó para ganar la Presidencia municipal. Así fue: Carlos, le entregó la estafeta a Rivas sin turbulencias.
Sus vivencias y amistades de infancia, les hicieron construir un proyecto conjunto para disputar la gubernatura del estado. Para uno, o para otro.
Algo no funcionó como lo pensaron.
Lo que ellos, diseñaron con sueños de la infancia y con las experiencias de sus padres, vino el diablo y lo descompuso.
Rivas se mareó con el poder.
Y olvidó aquellos pactos de juventud.
Se echó en brazos del PAN, y se sumó -ya abiertamente, ya por su silencio- a la feroz persecución de Cantú Rosas -aún vive en el exilio en Laredo, Texas-.
Si no fue un asesinato político, sí fue un intento de aniquilación del escenario nuevolaredense.
Rivas, lo percibió no como una traición; sí, como la oportunidad de tener el dominio absoluto de la ciudad y sus beneficios.
La gozó Rivas durante un lustro.
Cantú Rosas, quedó herido; pero no enterrado.
El lopezobradorismo y los errores del alcalde Rivas Cuéllar, hicieron que Cantú Rosas, regresara vía su hermana a la alcaldía.
El dinero, cuyo padre es el diablo -dice AMLO- está incitando ahora el segundo fratricidio en la misma familia.
Cada vez, son más públicas, las deferencias entre la alcaldesa Lilia Cantú Rosas y su hermano Carlos.
El exiliado Cantú Rosas, impuso en la Tesorería del Ayuntamiento a un lángara, en manejos buenos y malos del erario: Roberto Herrera. Eso no gustó al esposo de la alcaldesa; quiere mayor control sobre el presupuesto.
La ambición de los fraternos, es mucha.
La crispación familiar, está en expansión.
Carlos, logró instalar en el Ayuntamiento a mas de media docena de funcionarios en las principales Secretarías -entre ellas la de Finanzas, con el sujeto referido-.
Nadie, augura un final feliz de esos desencuentros.
¿Cuánto durará el desacuerdo?
La mayoría, presume que no tendrá final feliz por lo largo que será el tiempo de disputas.
Los impactos al interior de la familia, serán socialmente irrelevantes.
Los efectos, al interior del movimiento de la IV T en Tamaulipas, serán necesariamente fatales.
Consciente o inconscientemente, se percibe que trabajan para su antiguo partido: el PAN.
A eso debe poner atención el lopezobradorismo: no intervenir en el desaguisado familiar; sí, meter orden en la estructura morenista nuevolaredense para llegar al 2022 en la comarca, -con o sin los Cantú Rasas- con los niveles competitivos que les exige el líder máximo, Andrés Manuel López Obrador.