Por Carmen Martínez Téllez, de su blog: Notas de la abuela
Era prima de mi papá, pero crecieron juntos; cuando mi tía, María Martínez Mar perdió a sus padres, mis abuelos paternos la llevaron a vivir con ellos. Era mayor que mi papá. Siempre se vieron como hermanos
La quise mucho, era muy cercana; con ella viajé a muchos lados, a Tamuín, SLP, la tierra de mi abuela Pilar; viajé al lugar en el que tía María nació, Llano Enmedio, en el municipio de Ixhuatlán de Madero, Veracruz; también a las ciudades de San Antonio y Laredo, en Texas y finalmente, volé con ella a San Salvador, capital de El Salvador, lugar donde vivía su hija, mi prima Sara.
Cuando estuve internada a causa de la fractura de cráneo que tuve tras una caída, de cabeza, sobre un escalón de piedra y que se puede leer en la entrada “El vestido”, en este mismo blog, ella estuvo un par de noches, velando mi sueño.
En uno de esos viajes fuimos a visitar a su hermano, el tío Nito, a Llano Enmedio. Recuerdo que viajamos en autobús y luego, pasaron por nosotras en una camioneta descubierta, con una pequeña cabina en la que hicimos un largo recorrido, por caminos muy difíciles y llegamos muy noche. Yo, niña citadina, me vi en un lugar en el que en 1956 no había luz eléctrica, un poblado alumbrado con velas y quinqués.
Nuestros anfitriones nos dieron una habitación a tía María y a mí, con una cama matrimonial, cubierta por un mosquitero, probablemente la habitación de tío Nito y su esposa. Esa primera noche, de repente descubrí que mi tía, buscaba, linterna en mano, algo bajo la cama, le pregunté qué buscaba y me dijo que debía asegurarse de que no hubiera víboras ni alacranes.
Al día siguiente, salimos a caminar, pasamos junto a un corral donde había un toro; de repente, nos dimos cuenta de que el toro venía persiguiéndonos; nosotras pasamos un susto muy fuerte, pero a la familia del tío Nito, no le causó asombro nuestra aventura.
Otro día fuimos a visitar al tío Francisco, le decían Pancho Cuervo, en realidad se apellidaba Martínez Cuervo. Recuerdo que caminamos un buen rato, alumbrándonos con linternas; llegamos a casa del tío Pancho (primo de mis tíos y de mi papá), estaba sentado en el porche en el que nos recibió con gran alegría, merendamos y como había allí dos hamacas, me subieron a una, pronto me quedé dormida, aunque desperté muy mareada, por la falta de costumbre de dormir en una cama que se balanceaba.
Con el tío Pancho, se hospedaban unos hombres jóvenes, altos, barbados, con cachuchas y un acento especial; me cargaron, me chulearon y con el tiempo supe que eran del grupo de valientes que entrenaban en el rancho de mi tío y que hicieron la revolución cubana. No sé cuál de los valientes fue el que me sostuvo en sus brazos, a mis seis años.
Tía María, anti castrista declarada, contaba escandalizada que su primo Pancho tenía a esos barbones en su casa. Mi papá sonreía, complacido.
El tío Pancho viajó, invitado por Raúl Castro para que viera cómo funcionaba el nuevo régimen. Poco tiempo después de su regreso a México, llegó una triste noticia, al tío Pancho, maestro respetado en su tierra, lo habían asesinado, por sus ideas.
Pasaron 30 años y un buen día visité Cuba. En La Habana, a las puertas del Congreso, en letras de oro, hay una lista con los nombres de los extranjeros que ayudaron a que se hiciera realidad el sueño de aquel grupo de jóvenes revolucionarios; en esa lista está muy claro el nombre, Francisco Martínez Cuervo, el tío Pancho, a quien vi una sola vez en mi vida, en aquel inolvidable viaje con la tía María.
Link original del texto de Carmen Martínez Téllez: