Clara García Sáenz
He conocido durante mi vida maestras normalistas de la más diversa índole, contrario a muchos, no forman parte de mi referente entrañable las que tuve en la primaria, sobre todo la de primer año que no me enseñó ni siquiera a leer. Curiosamente las maestras normalistas que más recuerdo con cariño son las que conocí ya en mi vida adulta dentro del ambiente cultural y con las que cultivé gran amistad.
La maestra Graciela González Blackaller, Altair Tejeda de Tamez, Carmen Olivares Arriaga y Norma Débora Treviño, todas ya fallecidas y a las que recuerdo con afecto. De todas ellas escuché infinidad de historias que contaban de sus alumnos, de su experiencia docente, de su lucha incansable por educar, por servir; de ellas supe que ser maestra no era una profesión sino una forma de vida.
Hace algunas semanas, Alicia Caballero Galindo, maestra normalista y figura destacada en el ambiente literario de Tamaulipas me envió un mensaje preguntándome dónde podría conseguir el libro de “Victoria de mis entrañas y otros paisajes culturales”, quedamos entonces de reunirnos en mi oficina, a la que estaba yo incorporándome después de muchos meses de trabajo en casa, convirtiéndose así en la primera persona que recibía después del largo confinamiento.
El encuentro fue doblemente significativo, primero porque representó el volver a los espacios donde se habla de asuntos culturales y literarios frente a frente y segundo, porque era la primera vez que la trataba en persona, lo que resultó muy grato.
Desde hace muchos años yo sabía de su trabajo literario, teníamos amigas en común, pero nunca nos habíamos coincidido en persona, ni habíamos intercambiando palabra alguna. Fue durante el confinamiento que recibí una solicitud de amistad en mi perfil de Facebook de su parte, la cual acepté porque aunque nunca nos habíamos tratado, ambas nos conocíamos por terceros.
Así durante meses intercambiamos comentarios de nuestras publicaciones de plantas, comidas y libros; la relación virtual fue tan fructífera, que el día que llegó a mi oficina nos tratamos como viejas conocidas. Hablamos por más de dos horas sin parar, generosamente me obsequió gran parte de su producción literaria y pacientemente frente a mí, me fue dedicando cada uno de sus libros.
Confieso que me emocioné de conocerla en persona, deleitarme con su plática, coincidir en algunos asuntos. Me impresionó su claridad al hablar, su porte de norteña valiente, su crítica sin filtro, su talento para declamar y su manera para narrarme algunas anécdotas de su paso por las aulas.
Recordé entonces a mis amigas ya fallecidas y a quienes sigo extrañando por las largas conversaciones que mantenía con ellas, fue entonces cuando descubrí que Alicia tenía ese encanto de la maestra por vocación, el de ser maestra como forma de vida y celebro que en medio de tanta incertidumbre, la pandemia me haya traído la amistad de una maestra de las de antes.
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