Alicia Caballero Galindo
De la colección “Con sabor a tiempo”
A principios del Siglo XX, durante los gobiernos de Don Guadalupe Mainero y el Corl. Pedro J. Argüelles, fueron sustituidos los viejos jacales habilitados como pequeños comercios, por un edificio funcional que diera servicio a los casi 10,000 residentes en la ciudad. Siendo Presidente Municipal Don Vicente Garcilazo. A partir de 7 de julio de 1922 se instala por fin el mercado Argüelles, que debe su nombre a los propietarios del predio donde se asentó: Adalberto J. Arguelles y Don Pedro J. Arguelles, en toda una manzana, ubicada entre la calle Morelos e Hidalgo de la calle seis a la siete, en esa época a las calles que circulaban de norte a sur se les llamaba callejones porque generalmente no estaban pavimentados y eran más estechas, solo los del centro desde C. Torres hasta la calle Juárez y la Estación del ferrocarril a la calle ocho. Como dato curioso podemos mencionar que el primer teléfono de Cd. Victoria Tam. se instaló en el mercado el 7 de mayo de 1922. Era el punto de reunión de muchas familias para degustar en sus fondas deliciosos manjares regionales a bajos precios.
Rodeando a los puestos establecidos acudían de toda la región vendedores de cabritos y gallinas en pie, huevos de patio, pitayas, pemoles, yerbas medicinales de la región, y más…
Los días transcurrían lentos entre calles sin pavimento y tránsito de autos a baja velocidad, carretones tirados por mulas o burros, bicicletas y uno que otro jinete en su cuaco.
A principios de la década de los años cincuenta, (yo nací en 49) era una delicia ir con mi madre al mercado, me compraba ente otros antojos, chicle en greña, lo traían del sureste de México, sin azúcar ni conservadores, lo tenían en cajones de madera a la vista, trozos de chicle natural, parecían piedras por su color gris, y lo vendían al menudeo en cucuruchos de papel de estraza, Un peso de chicle, era una gran cantidad, al morderlo era duro, lo teníamos qué amansar masticándolo en pequeños trozos. Otros manjares típicos eran los alfajores, elaborados con maíz tostado y molido (pinole), mezclado con caramelo de azúcar, lo vendían en rectángulos pequeños. ¡En fin! Ir al mercado era una gran aventura ¡Ah! Olvidaba las charamuscas con cacahuate, se hacen de azúcar caramelizado, cuando esta enfiándose, se estira muchas veces hasta adquirir un color entre amarillo y café, se hacen tiras del grueso de un dedo, se enrolllan y se les colocan cacahuates en los bordes de cada vuelta ¡Mmmmm! Una delicia, aún en Guanajuato se conserva esta tradición.
Corría el año de 1953; el nueve de mayo, todo era actividad, preparándose para el festejo de la madre, fue un día caluroso, por la tarde, mis padres sacaron los sillones de palma al frente de la casa, para “tomar el fresco”, vivíamos en Carrera Torres, ocho y nueve, para quienes no conocen Victoria, a unas ocho cuadras del mercado. El aire estaba enrarecido, con frecuencia llovía por esas fechas, pero ese día estaba seco y sin amenaza de lluvia. Empezamos a mirar antes de que se ocultara el sol, columnas de humo en la zona del mercado, hasta nosotros llegaba el olor a quemado, cuando cerró la noche, eran lenguas de fuego que se alzaban furiosas devorando los locales hechos de madera la mayoría y con techos de lona.
Todo el cielo se tiñó de rojo causando gran alarma. Por la calle frente a mi casa empezaron a salir para ver el dantesco espectáculo, yo en mi inocencia me senté en las piernas de mi madre con un miedo desconoido ante una catástrofe en la que nada podíamos hacer para evitarla, pensaba que era el fin del mundo. Como una muestra de solidaridad, veíamos correr a los hombres con tinas en mano para dirigirse a la zona del mercado, los vecinos más cercanos, con mangueras y cubetazos de agua contribuyeron en el combate del incendio, protegiendo las casas que estaban alrededor.
Todo fue inútil. Por desgracia tuvieron que venir de Mante y Linares bomberos porque los de aquí no daban abasto, previamente los locatarios pidieron apoyo para mantenimiento sin ser escuchados, todos los locales fueron consumidos por el fuego dejando a Victoria sin abasto de perecederos, en esos tiempos no existían las tiendas de autoservicio. Las familias de los locatarios quedaron desamparadas. Pasado el desastre, toda la ciudadanía se volcó a ver los daños dejados por el siniestro, lamentándose que un corto circuito en el cableado improvisado fuera el causante de tal desastre. A los dos días, en las calles aledañas, se instalaron de nuevo los locatarios en carpas improvisadas, para seguir surtiendo las necesidades de los consumidores levantándose con coraje y valor, mientras se edificaba un nuevo mercado en el mismo lugar. Mi madre surtía los abarrotes en la calle Hidalgo y 14 en la acera sur, ahí había una tienda de chinos “Los chinos del 14” donde se compraba la provisión.
Eran otros tiempos, se vivía a un ritmo distinto y quienes hemos tenido el privilegio que nos da los años vividos, debemos testimoniar vivencias como esta, para que los jóvenes, conozcan un poco los orígenes de nuestra ciudad. Al escribir este pasaje, vuelve a mi mente el cielo rojo, el aire enrarecido y el olor a quemado…