Clara García Sáenz
De los recuerdo de entonces, están la abundante vegetación, el calor infernal, el agua turquesa del río, las misas interminables de domingo, el olor a químicos fotográficos del negocio de mi padre, el café con leche que mi mamá preparaba, las largas caminatas que hacia diariamente para llegar al Colegio de Bachilleres, mis maestros excepcionales con ideas de izquierda, innovadores, inquietos, provocadores, mi primer proyecto de promoción cultural con un taller de fotografía, la emoción de escribir en el periódico de la escuela, y mis amigas, las amigas con las que conviví el tiempo más breve de mi vida y tal vez en los recuerdos del corazón las más queridas, Emilia, Katy y Rocío.
En los años ochenta, mientras la Thatcher y Reagan se repartían el mundo, la guerra fría se desdibujaba y algo extraño pasaba en la URSS, yo descubría la Nueva trova, me alucinaba con García Márquez y me sentaba en la sala de la casa viendo los canales de IMEVISIÓN al tiempo que comía un tazón de ciruelas frías para mitigar la sed y el calor.
No podría decir que veía pasar la vida por la ventana, porque en realidad para mí la vida estaba muy lejos de casa, anhelaba irme a la ciudad, irme a la universidad, irme lejos. No anhelaba la libertad, porque ya me sentía libre, cuando en la escuela podía decir o hacer lo que quería aún a costa del control de los maestros. Fue sin duda la etapa más feliz de mi primera juventud donde tuve la fortuna de convivir con tres amigas extraordinarias, tan diferentes las unas de las otras como las tres Gracias de la mitología griega. Emilia, inteligente y aparentemente seria, Katy, solidaria hasta el extremo e inspiradora de tranquilidad y Rocío, alegre, siempre alegre irradiando energía, sacándole a los demás una sonrisa.
Nos conocimos cuando llegamos al primer semestre del bachillerato en el Naranjo, San Luis Potosí, de donde Katy era oriunda, Rocío era del Mante y su familia la había mandado a vivir con su hermano al pueblo para que cursara ahí la preparatoria, Emilia venía de Maitines una comunidad cercana y yo había llegado de Ciudad del Maíz al resolver mi padre cambiarnos a la casa que él había construido en el Naranjo.
Fuimos entonces una especia de almas extraviadas que se encontraron en un lugar y un momento de la vida que suele ser muy difícil cuando se afrontan los 15 años, y también fuimos capaces de construir un oasis que habitamos mientras pasaba la tormenta que nuestros demonios interiores desatan en esos años de la primera juventud. Poco me acuerdo de lo que platicábamos, pero si recuerdo las interminables risas, las escapadas cuando un maestro nos parecía aburrido y preferíamos sentarnos a la sombra de un árbol enfrente de la escuela con la actitud de dejar al mundo rodar.
Siempre me he considerado insufrible y de pocos amigos, cuando llegué al bachillerato cargaba una sensación de profunda soledad, me sentía antipática pero su amistad y compañía lo cambió todo, trasformó mi percepción de mí misma, entre ellas aprendí a quererme, a valorarme, a liberarme de las ataduras que la familia impone en el deber ser. La brevedad de su amistad fue una luz que me iluminó desde entonces y me hizo vencer miedos. Éramos tan distintas, cada una con una personalidad definida, de carácter fuerte, independientes las unas de las otras.
Antes de terminar el bachillerato, Rocío regresó al Mante, siempre la recuerdo con una gran sonrisa pero de mirada triste, nunca la volví a ver; Emilia terminó con honores el bachillerato, junto con Katy y conmigo, tampoco la he vuelto a ver, a Katy la saludé hace algunos años.
El día que terminé de escribir mi primer borrador de la tesis doctoral, al concluir los últimos reglones, vino a mi mente sin razón aparente la imagen de las tres, riendo a carcajadas como solíamos hacerlo. He pesado en eso durante muchas semanas, porque la imagen fue tan real que lo único que puedo entender es que su amistad ha sido un motor de inspiración, determinado, no por el tiempo que duró la convivencia, sino por su intensidad.
Hace algunos días me apareció una solicitud de amistad en mis Facebook, no reconocí a Rocío a primera vista sino hasta después de ver los amigos en común y observar su foto de perfil, reconocí su mirada triste, inmediatamente nos pusimos en contacto. Con Katy suelo intercambiar comentarios muy a menudo también en la red y Emilia estuvo muy al pendiente durante mi confinamiento por covid.
Creo que ya no somos las mismas de entonces, pero a la vez si lo somos cuando encuentro en ellas el cariño intacto de la frescura de la juventud y la alegría que buscamos sin haber vencido aún muchos fantasmas pero sí algunos demonios.
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