Clara García Sáenz
Después de un año y tres meses regresé a mi lugar de trabajo, volví a adentrarme en el paisaje que durante muchos años me ha acompañado, el Centro Universitario Victoria. El camellón central todavía con maleza y pasto crecido, producto de la lluvia de las últimas semanas y del nulo tránsito de los estudiantes se ve muy descuidado.
Los edificios se ven impecables, con pintura renovada y el asfalto aún en partes está fresco. Miro hacia la derecha y al fondo aparece el otrora imponente Gimnasio universitario, construido a finales de siglo XX, cuando la Universidad modernizó sus espacios deportivos en diversas sedes del estado.
Recordé que ahí había unas canchas de tenis que cruzábamos cuando éramos estudiantes de la licenciatura en Relaciones Públicas, para ir a comer a una casita de madera que estaba al fondo (ahí supe que en Ciudad Victoria a los tacos de tortilla de harina les decían flautas), nos atendía una señora muy gorda y cariñosa, era espectacular verla amasar y palotear la harina, lo hacía tan rápido que parecía muy fácil.
Muchos años después, regresé a comer con una compañera que había egresado conmigo de la carrera, le dio gusto vernos y le decía a todos los estudiantes que llegaban, “miren muchachos a estas niñas yo les deba de comer cuando estudiaban así como ustedes”. Todo eso ya desapareció, ahora hasta el gimnasio se empieza a ver anticuado.
Avanzo hacia el fondo del camellón y veo los tres grandes edificios modernos sí, pero que nos impiden ya ver de lejos, el más viejo llamado ambiciosamente Centro de excelencia y que en su momento fue un impactante construcción también de finales de los 90, ahora es una edificación un tanto gastada que su importancia disminuye frente al Cauce, que es una construcción un poco más nueva y el ambicioso edificio de seis pisos llamado Gestión del conocimiento que abarca toda la mirada de quien entra al Centro Universitario.
Al retornar en el camellón veo y disfruto el emblemático mural de José Reyes Meza “Sol de proteína, el hombre, la ciencia y la industria” que es el símbolo de nuestra identidad universitaria y que junto con el mural de “Las Ciencias” ubicado en el Centro universitario Tampico-Madero y el de Alfonso X. Peña “El Nuevo Santander” en el lobby del Teatro Juárez son los tres grandes murales patrimonio artístico de nuestra universidad por su belleza y trazo sofisticado.
Al ver el emblemático mural me sentí en casa y sonreí al recordar la leyenda urbana que cuenta que por las noches cobra vida; finalmente llego al ahora llamado Gimnasio viejo que alberga las oficinas de Difusión Cultural, antes de entrar observo a mi alrededor, lamentable es la deforestación, al ganar terreno los estacionamientos asfaltados donde, en tiempos de normalidad, no cabe ni un solo auto después de las 9 de la mañana.
El campus esta vacío, pocas personas y autos se dejan ver, el silencio habita en donde siempre hay bullicio y trajín, queda mucho trabajo por hacer antes de que todos regresen y recuperen su espacio.
Pienso en la posibilidad de la belleza, en la infraestructura que debe ser emblemática, un tanto artística un tanto innovadora, para que el paisaje del campus quede en la memoria de quienes pasan por sus aulas; que los espacios sean abiertos, refrescantes, arbolados, con menos autos, sin construcciones improvisadas, obras mal planeadas, mal hechas y de prisa. El Centro Universitario Victoria sin duda es un espacio muy querido por muchos, pero debe ser también hermoso.
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