Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Por cuestiones familiares he tenido que estar en Nuevo Progreso, Tamaulipas dos veces en menos de un mes, ya conocía el lugar, lo había visitado hace algunos años y la impresión que tuve entonces se reafirmó ahora. Es un pueblo de frontera típico de las películas americanas, no más de una calle importante, lleno de gringos, muchas tiendas de artesanías y cantinas al aire libre.
Ahí todo tiene precio en dólares y es un punto muy visitado por los habitantes de Valle de Texas por su facilidad para cruzar; abundan consultorio dentales, farmacias, estéticas y otros muchos negocios que aunque cobran en moneda americana, sus costos son ridículamente inferiores a los precios en el otro lado.
Entre la escasa información que existe sobre su historia, se cuenta que de ser un caserío llamado Las flores, se pobló a mediados del siglo XX después de la construcción del puente internacional y la modificación del cauce del Río Bravo provocada por un fuerte huracán que favoreció a la parte mexicana, dando origen al nombre actual: Nuevo Progreso, como un gesto de hermandad de sus pobladores con Progreso, Texas que era la población con la cual colindaba.
Sin embargo, debido a diversas circunstancias, como la lejanía de Reynosa y Weslaco, se fue creando una especie de zona roja tanto para gringos como para mexicanos. Incluso había una brecha de terracería que iba paralela a la carretera Matamoros-Reynosa para que quienes regresaran a la ciudad en estado de ebriedad no corrieran peligro de accidentarse al subirse a tan transitada vía.
Ver tanta publicidad de spa y bares en el pueblo, me hicieron comprender sin duda que su vocación es ser un centro de diversión para quienes gustan de la vida disoluta. Aunque el comercio, la atención médica y las estéticas estén ganado lugar, mucha gente en Río Bravo (municipio al cual pertenece) y de Reynosa la sigue considerando una especie de zona roja.
Los estudiosos de la vocación urbana como De la Vega y colaboradores, señalan que ésta responde al espacio “socialmente construido” por lo que “es correcto pensar que cada sociedad crea su espacio en función de su convivencia”, teniendo en cuenta aspectos geográficos, productivos, económicos, ligados necesariamente a la conectividad con vías de comunicación. Por lo tanto, pensar Nuevo Progreso como un centro de recreo sexual para gringos y mexicanos no es ni bueno ni malo, si no, entender que hay lugares que por sus características territoriales y sus ubicaciones estratégicas, pueden convertirse en turísticos, agrícolas, comerciales, tecnológicos o disipados como la ciudad de Ámsterdam.
En el caso que nos ocupa, la trasformación hacia un espacio más comercial y médico es cada vez más evidente, porque la naturaleza de las ciudades es estar “en constante cambio” y no son de ningún modo “estáticos”. Sin embargo, es necesario trabajar su imagen urbana, para que no parezca un típico pueblo mexicano de Hollywood, sino un pueblo más habitable.
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