De la colección con sabor a tiempo
Alicia Caballero Galindo
Era una tarde de julio, el calor arreciaba mientras en el ambiente se sentía la presión atmosférica pesada, señal inequívoca de la próxima lluvia. Corría la década de los cincuenta, aquí en mi ciudad, la calle era un campo de juego por las tardes, las señoras, barrían y regaban el frente de sus casas mientras los niños, después de hacer tareas escolares, salíamos a jugar mientras las mamás, cuando ya estaba limpio y fresco, sacaban sus sillones de palma para disfrutar la tarde. Se aspiraba un delicioso olor a tierra mojada después de regar.
Mientras tanto los niños del barrio, que éramos como quince, correteábamos jugando a “los encantados” los muchachos, por temporadas, sacaban sus canicas, sus trompos y baleros para jugar, las niñas rondábamos mientras cantábamos a coro, a la víbora de la mar, la rueda de San Miguel y más. Nuestras voces y risas infantiles eran llevadas por el viento. Aquella tarde, era mucha la euforia, porque negros nubarrones cargados de lluvia amenazaban por volcar su preciosa carga sobre nuestras cabezas.
Mi madre, miraba hacia el oriente diciendo:
-¡Mira nada más! ¡Qué belleza! El agua vine del oriente y seguro más tarde llueve, los gallos de Doña Nicha, están cantando fuera de tiempo, anunciándola, además, cuando la nublazón viene del norte o el oriente, siempre llega, ya se siente en el ambiente el viento que trae olor a lluvia.
El frenesí de nosotros, era otra señal inequívoca. En invierno, anunciábamos el norte con nuestra inquietud, no había servicio meteorológico al alcance, y las señales de la naturaleza, eran los únicos indicios que no fallaban. Cuando se veía invasión de hormigas chiquitas mantequeras cambiando sus hueveras de lugar, era una señal de lluvia próxima, además a las abuelitas, les dolían todos los huesos.
La vida transcurría lentamente y los días, caían en el tiempo como monedas de oro, produciendo un dulce tintineo. ¡Eran otros tiempos!
Aquella tarde en cuestión, la euforia de todos nosotros llegaba a su clímax cuando empezó a arreciar el viento y lanubes del norte y del oriente se juntaban sobre el cielo, amenazando un gran chubasco, el primero de la temporada, que se esperaba con ansia, la tierra estaba recién sembrada y la lluvia, como cada año, llegaba puntual. El mayor de nuestros placeres era que nos permitieran mojarnos en la calle, mitigaría el calor. Las señoras, se apresuraban a recoger sus sillones, el viento, tumbaba los baños de lámina galvanizada usados para lavar ropa y se escuchaban rodar por los patios, era necesario cerrar puertas y ventanas, que se azotaban con el viento.
La gritería de toda la palomilla iba en aumento porque el cielo se empezaba a iluminar con relámpagos y los truenos se escuchaban fuertes porque las nubes estaban muy bajas. Los hijos de Don Longino se fueron a su casa porque el más pequeño, que tenía ceca de cinco años, le temía a los relámpagos y los truenos, nosotros esperábamos la lluvia a la intemperie, era un verdadero placer mojarnos con el agua del cielo. Recuerdo a doña Teresa, la vecina de enfrente de mi casa que decía:
-Mejor métanse a su casa, si las niñas tienen pelo largo, envuélvanlo en una toalla, porque atrae la electricidad y les puede caer un rayo.
Nosotros, nos reíamos, ella se santiguaba y se metía a su casa murmurando sabe Dios qué cosas, ya no la escuchábamos.
En pocos minutos se desató la lluvia; las gruesas gotas frías sobre la piel eran una delicia, cada vez que veíamos un rayo, gritábamos y nos tapábamos los oídos esperando el trueno. Uno de los rayos, cayó muy cerca de donde estábamos y nos llamaron a todos a la casa. Se calmó la algarabía y solo se escuchaba el ruido de la tormenta, después de una descarga muy cercana, escuchamos un grito de dolor y angustia que venía de la casa de don Longino, todos acudimos a ver qué pasaba y nos dimos cuenta que un rayo cayó en el respaldo metálico de una cama, y abrazado a uno de los postes, Pedrito, murió electrocutado por el rayo, fue impactante el suceso y el macabro espectáculo, porque unos minutos antes, estaba jugando con nosotros. Los alaridos de dolor de la madre, la lluvia con viento y truenos, perdió su encanto para convertirse en tragedia.
Después de ver lo que pasaba, de inmediato regresamos a nuestras casas, mientras escuchábamos a la madre del pequeño llorar y gritar sin consuelo. Yo escuchaba a mis padres hablar en voz baja. El ruido monótono de la lluvia continuaba, la tempestad había cesado. Muy temprano comprendí la endeble línea que divide la vida de la muerte. Esa noche, no quise dormir sola en mi cama, me fui con mis papás, cuando cesó la lluvia, se escuchaba el murmullo de los rezos, y el llanto inconsolable de la madre. El viento que entraba por las ventanas abiertas, llevaba hasta la casa el olor a cera de cirios encendidos, mi casa estaba muy cerca de la de don Longino.
Nota: es un pasaje real de mi infancia.