Nuestro idioma es uno de los más ricos del mundo; mientras que en otras lenguas una palabra es utilizada para varias significaciones, en español, existen muchas formas de decir una misma cosa, es rico en sinónimos. Por otra parte, se han incorporado expresiones y vocablos ajenos, que terminan por formar parte del contexto cotidiano del español; cuando decimos “ojalá se pueda realizar tal o cual cosa” “ojalá sea cierto lo que dices” el término ojalá se deriva de voces procedentes de Medio Oriente: si separamos oj Alá significa quiera Alá. De igual manera empleamos la palabra anfitrión sin conocer su origen mitológico; de acuerdo a la definición de la Real Academia Española, significa, persona que tiene invitados a su mesa o a su casa; según la Mitología griega Anfitrión era Rey de Tirinto y de Astidamia; nieto de Perseo El Invencible y bisnieto de Zeus. Era prometido de Alcmena, hija de su tío Electrión Rey de Micenas, se casaron y Anfitrión se fue a la guerra sin hacer vida marital con su esposa. Mientras Anfitrión peleaba, Zeus, tomando la forma del esposo, tuvo relaciones con Astidamia porque se enamoró de ella, quedando ésta embarazada. A su regreso Anfitrión se enteró del embarazo de su esposa y sabedor de que él no era el padre, se llena de ira, pero al enterarse que el causante del embarazo era Zeus, acepta con orgullo la situación. Plauto (254 a. – 184 a. C.) y luego el francés Moliere, en 1668, escribieron cuantiosas comedias donde mostraban a Anfitrión peleando contra los enemigos mientras Zeus tenía relaciones con su mujer. Desde entonces se le denomina Anfitrión a la persona que recibe invitados en su casa, aunque no de la manera como llegó Zeus.
En cuanto a utopía, cuando queremos referirnos a una solución ideal pero imposible de lograr a un problema, por ejemplo: que en el mundo desaparezca la violencia, decimos que es una utopía es decir, algo ideal, pero irrealizable, imposible de lograr, dada la naturaleza del ser humano. El origen de la palabra, se remonta al siglo XVI; en 1516, el humanista y político inglés Tomás Moro publicó un ensayo político en latín titulado Libellus vere aureus nec minus salutaris quam festivus de optimo reipublicae statu de que nova insula Utopia, más conocido por Utopía, en el cual criticaba el sistema político británico del rey Enrique VIII y de todos los que regían en esa época en Europa. En la misma obra de Moro puede observarse una fuerte influencia e incluso directa referencia a La República, de Platón, obra que presenta asimismo la descripción de una sociedad idealizada.
En su obra, Moro describía con ese nombre una isla ideal en la que reinaba la paz y la armonía, y todos los seres humanos se realizaban como tales. Formó el nombre de la isla mediante la palabra griega topos ‘lugar’, a la que antepuso el prefijo privativo griego ou-, de modo que significaba algo así como ‘ningún lugar’ o ‘lugar inexistente’.
En el siglo XIX, el filósofo marxista alemán Friedrich Engels (1820-1895) retomó esta palabra para designar los sistemas políticos ideados por los primeros socialistas, cuya concreción él juzgaba inviable en la práctica. Hoy usamos utopía para referirnos a un sueño o proyecto que resulta irrealizable en la práctica.
El primer modelo de sociedad utópica lo debemos a Platón. En uno de sus diálogos más conocidos, La república, además de la defensa de una determinada concepción de la justicia, hallamos una detallada descripción de como seria el Estado ideal, es decir, el Estado justo. Platón, profundamente descontento con los sistemas políticos que se habían sucedido en Atenas, imagina como se organizaría un Estado que tuviese como objetivo el logro de la justicia y el bien social.
Según Platón, la república o el Estado perfecto estaría formado por tres clases sociales: los gobernantes, los guardias y los productores. Cada una de estas clases tendría en la república una función, unos derechos y unos deberes muy claros.
A los gobernantes les concerniría la dirección del Estado; a los guardias su protección y defensa; a los productores el abastecimiento de todo lo necesario para la vida: la alimentación, ropa, viviendas. Los individuos pertenecerían a una u otra de estas clases, no por nacimiento, sino por capacidad.
Los seres humanos, desde que iniciaron una vida en grupo, han ambicionado llegar a la obtención de una sociedad ideal; existen innumerables historias fantásticas en todas las culturas, que coinciden en dos temas repetitivos; encontrar la fuente de la eterna juventud y la “ciudad o país” donde todos los hombres conviven en paz y en armonía, donde existe una justa distribución de las riquezas y una equilibrada división del trabajo de acuerdo a las aptitudes de cada individuo, donde no se conzca lo que es un delito y no existan diferencias que se diriman con violencia. Recuerdo la película de Shangri la; un paraíso perdido en los Montes Himalaya que era un mundo ideal, pero si salían de ahí, todo se esfumaba, se convertía en cenizas, con temática semejante, existen innumerables historias.
La competitividad es inherente a los seres vivos en general; tanto plantas, animales y humanos, poseemos ese instinto que va ligado directamente al de conservación y supervivencia; en el caso de los animales y plantas prevalece la ley del más fuerte y selección de la especie en forma mecánica. En los humanos, estos instintos naturales se ven limitados o más bien, moldeados, por el aspecto afectivo, moral e intelectual y social. Esta situación aunada a la diversidad de culturas, calidad de sentimientos y la diversidad infinita de maneras de pensar y enfocar la propia existencia, origina una gama también infinita de acciones y reacciones de los individuos ante la cotidianidad de la vida y siempre, en el interior de cada uno, existen utopías que secretamente se guardan o se externan y han sido detonadores, que impulsan a la humanidad al progreso y a los grandes cambios.
En un contexto social cualquiera, encontramos que un porcentaje limitado de individuos, son los que llegan a alcanzar éxito en sus empresas y se distinguen de los demás como líderes, artistas, investigadores, deportistas, educadores. La característica de estos individuos es su capacidad de concebir utopías y tener la constancia y la fe para luchar por ellas, confiando en sí mismos, para alcanzar una meta concebida. El mundo actual inmerso en la violencia, la pobreza, la contaminación, las guerras injustas, segregación racial, calentamiento global y más, requiere de individuos que crean en utopías y luchen por abatir los males endémicos que aquejan al planeta.Es necesario salir de la mediocridad y ¡creer! para ser capaces de mejorar nuestro entorno inmediato y mediato, con el esfuerzo conjunto de la espacie humana, en busca de un bien común.