Francisco Ramos Aguirre
CRONOS
El pan victorense, es historia pero también expresión fugaz del arte culinario. Su forma, textura, sabor, aroma y colorido, adquieren a primera vista un valor estético reconocible en el gusto y la memoria. Esto no sería posible sin la intervención del gremio panadero, integrado entre 1912-1940 por: Agustín y Marcelino Cavazos, Ramón, Herminio, Genaro, Regino, Juan y Odón Rodríguez, Juan Villanueva, Silverio, Manuel y Pablo Hernández, Longino Salazar, Luis López, Luis G. Ramos, Juan Piña, Telésforo y Arturo Torres, Pedro Zúñiga, Martín Castañón, Jesús Huerta, Petronilo y Juan M. López, José Sosa, José Mendiola, Santiago Mendiola (hijo), Porfirio Nájera, Efrén Herrera, Juan y Simón González, Ciro Báez, Esteban Soto, Pablo y Juan Medina, Pedro Núñez, Alejo Guerrero, Marcelino Jiménez, Pilar Acuña, Vicente Huerta, Domingo Ruiz, Jesús Ramírez, José Álvarez y otros.
En 1949 surgió la Panificadora Victoria que dejó un buen sabor de boca en varias generaciones. Fue creada por Vicente Cabeiro Vilaboy, joven comerciante español quien llegó a la capital tamaulipeca en busca de fortuna, acompañado de su paisano Benito Montoto. Usaba camisa beige, pantalón «arremangado» y alpargatas azules sin calcetines. Tenía pelo castaño, ojos verdes, 1.74 mts. de estatura, nariz recta y ceja poblada.
Enfrente de la plaza Hidalgo acondicionó una habitación de sillar y contrató varios trabajadores: al maestro panadero Pancho Cervantes, Altagracia Morales de León -cajera- y Rafaela Arriaga Gracia -dependienta-. Alrededor había hoteles, cafés, boticas, el Cine Terraza Rex, consultorios médicos, peluquerías y las terminales de los Autobuses Rojos, Mante, Matamoros, Tamaulipas, Flecha Roja, Azules, Azteca y Frontera. En ese lugar, aseguró abundante clientela local y foránea, seducidos por las charolas de pan acomodados de una vitrina.
La Panificadora Victoria nació bajo el lema: «Coma Pan Victoria y Comerá Pan.» En mayo de 1950 apareció un anuncio para atraer a numerosos forasteros y turistas: «Al pasar por esta Ciudad o durante su viaje, háganos una visita, tenemos verdaderos deseos de atenderlo, ofreciéndole pan de calidad, dándole más por su dinero «Panificadora Victoria.» Nuestros productos están elaborados higiénicamente, empleando los mejores materiales.»
Cabeiro era un conocedor de los secretos panaderos; pero también un personaje extraño, avaro, antisocial, pero disciplinado en su trabajo. Debajo de la mesa donde amasaban, instaló un catre no muy cómodo donde dormía. A media tarde abandonaba el local con un bolillo en mano, mientras se trasladaba a comer al Café América.
Nunca tuvo intenciones de hacer huesos viejos en Victoria. Cierta mañana, intempestivamente se presentó Alfredo Negrete Hernando, nuevo propietario del negocio. Era un tipo de unos 45 años de edad, regordete, pelo negro, facciones desagradables, piel blanca, regular estatura y muy enojón. Mientras hablaba, inmediatamente los panaderos comprendieron que era paisano del colonizador José de Escandón.
Cuando llegó de Veracruz, lo primero que hizo fue alquilar una habitación en Los Monteros y decorarla con mujeres desnudas. Después atravesó jubiloso la plaza y anunció a los trabajadores la adquisición de maquinaria, construcción de un horno y operarios para tres turnos. Al mismo tiempo, ordenó a un empleado que colgara un cartel de la última corrida de Manolete y la fotografía del Club Atlético de Bilbao. Otros pasatiempos eran el buen vino y la comida española.
Gracias a la variedad de hojaldres, donas de chocolate, conchas, soletas, «choux», tortugas y bolillo, la panificadora se convirtió en favorita de las meriendas y desayunos. Los panaderos que ahí trabajaban: Leopoldo y Antonio López, los hermanos Olvera, Bernardino Salazar, Saturnino Pérez y El Tigre a quien una mañana amenazó con una pistola, recibieron cursos de especialización. Gracias a Negrete aprendieron nuevas técnicas que superaron y adoptaron en sus negocios al paso del tiempo.
Encarrilada la empresa, aquel personaje se convirtió en uno de los personajes más populares. Aunque se había divorciado, era padre un hija muy guapa que le regaló un automóvil. De cualquier manera, fue miembro del Casino Victorense y desarrolló una formidable actividad empresarial en Mante, donde abrió la Panadería Tamatán, atendida por don Domingo. Varias ocasiones lidió con el Sindicato de Panaderos, sobre todo el delegado de Comercio, quien bajo cualquier argumento lo amenazaba con cerrarle el negocio.
Entrado en vejez, a principios de los ochenta decidió vender el negocio a la familia Carcur, hasta que cerró definitivamente. Así concluye la historia de una de las panaderías más importantes de la localidad. Gracias al capital que logró amasar, Negrete partió rumbo a Puebla donde radicaba un familiar cercano.