Mis pasos producen un extraño sonido al pisar sobre tanta hoja seca en el parque, los primeros vientos del norte, sacuden los árboles caducifolios que dejan una alfombra móvil en tonos rojos, sepia y café que se vibra y se estremece con el viento frío cargado de pequeñas gotas de agua. Las hojas parecen tener libre albedrío cuando se levantan en pequeños remolinos y se elevan en movimientos circulares, para caer de nuevo tranquilas e inertes después de sus cortos viajes esperando… no saben que, pero esperando. En otro momento me parecería divertido hacer conjeturas, fantasear y armar romances e historias mágicas con estos personajes muertos. Pero esta tarde en especial, siento el vacío en medio de mi silencio, cuando uno se acostumbra a su soledad, aprende a caminar con ella a todos lados, hasta que se vuelve tu amiga. A veces los caminos que se recorren están llenos de esas piedras silenciosas e impertinentes con las que se tropieza una y otra vez, aunque se eludan, ellas insisten en lastimar los pies y entorpecer la marcha. Sin embargo, ese andar solitario te vuelve inmune a… ¡muchas cosas! y se endurece la coraza que esconde una sensibilidad secreta que ha sido lastimada una y otra y otra vez. Los primeros golpes duelen, después la costumbre curte y la vista se vuelve a ese “yo” interior, tu compañero que es el único con quien puedes dialogar sin ambages. Esporádicamente se encuentra en el camino a alguien capaz de entrar en ese mundo secreto, ¡cuesta trabajo permitirlo! Ante la posibilidad, invade una sensación de gozo y plenitud, paradójicamente mezclados con inseguridad porque se siente como la desnudez del cuerpo y del alma; como un cangrejo cuando muda de escudo en esos momentos, es frágil y vulnerable; el más leve roce lo lastima y de nuevo teme ser herido. A veces pienso que la gente debe creerme “rara” o excéntrica… Por las tardes me siento frente a una humeante taza de café que sostengo en mis manos, y huyo de la cotidianidad para estar en mi jardín, experimento una extraña sensación de libertad porque me encuentro sola con mis pensamientos lejos de los demás. Sin ese eterno disfraz.
Sigo caminando entre esas hojas que se levantan de vez en cuando y crujen cuando las piso o vuelan en aire con su último hálito vital. Metaforizando mis pensamientos, las comparo con las almas cuando recién abandonan el cuerpo no saben qué hacer con su flamante libertad, carecen de ese pedúnculo que las ataba al árbol. Cambió su estado verde, húmedo, saludable, pero amarradas a una rama que las mantiene con vida en un solo lugar, vivas pero atadas. Cuando se desprenden de su tallo, es símbolo de muerte… y libertad, hay muchas formas de ver ese cambio mágico y misterioso que se da cuando el cuerpo fenece y el alma se libera. En el caso de las hojas, se tornan ligeras, gráciles, su sequedad les permite volar con el viento, aunque se arriesgan a ser trituradas también por tantos pies que transitan en el parque.
Sigo caminando con mis locuras que me persiguen como un enjambre de abejas por donde camino. Están ahí tras de mí, aunque no me alcanzan el zumbido peligroso que producen me persigue, me siento, como siempre sola, sola, ¡sola!
Llegó a mi vida un rayito de luz que dio tibieza a mi soledad, sentí la profunda necesidad de permitir que iluminara mi mundo secreto, porque adiviné que, a su vez, había otro mundo secreto semejante al mío, pero también sentí mucho miedo, abrazarse a una esperanza, es peligroso, puede ser una piedra disfrazada de luz en el camino que me va herir nuevamente. Estoy acostumbrada a los golpes, porque la vida es así y ya tengo callo, mi coraza sabe resistir, pero ¿un golpe en mi mundo secreto? ¡Eso era otra cosa!
El viento levantó de pronto un puñado de hojas secas que formaron un remolino en torno a mí; giraban alegremente como si tuvieran conciencia de su cambio de estado y la libertad de estar separadas del árbol y tan ligeras que podían volar con el viento. Fue una sensación mágica porque yo estaba en el vórtice del remolino y me gustaba la sensación. Entre ese espectáculo de magia otoñal, distinguí una mano familiar que se tendía, unos ojos profundos y enigmáticos que me fascinaban, y una sonrisa franca, abierta, sincera… tendí mi mano y me aferré con fuerza; salí de aquel remolino y me vi frente a frente en aquellos ojos. No hubo promesas, ni explicaciones ni palabras siquiera, sencillamente caminamos juntos viendo en el horizonte un rayo de luz que se colaba entre los nubarrones cargados de agua que se cernían sobre nuestras cabezas. Dos mundos secretos encontraron una ventana para comunicarse.