El Noé que conozco, regresó al nido.
Abrió sus alas de generosidad a las familias más desprotegidas. No era alcalde, no era diputado, y nunca pedía nada a cambio.
El Noé que yo conozco se formó en calles polvorientas y desoladas, en donde la necesidad y el abandono van de la mano.
El Noé que yo conozco no distingue religión, ni clases sociales. Lleva años apoyando a estudiantes, amas de casa, campesinos, y sobre todo a las escuelas, sin contar que año con año procura llevar el alimento de la noche buena a miles de familias.
Nada le ha sido regalado, tuvo que irse a otro país para buscar nuevas oportunidades de vida, lo que consiguió con esfuerzo, sacrificio y mucho trabajo. Decidió regresar para emprender en su tierra nuevos proyectos, dándose cuenta que a la ciudad le falta mucho para crecer y que las necesidades de las familias siguen siendo las mismas. ¿Y por qué él? Porque sabe lo que es la necesidad, lo que es no tener un plato de comida en la mesa, lo que es desear un buen calzado, lo que es soñar con una vivienda digna y una escuela de calidad.
Por eso, el Noé que yo conozco, el amigo; parte y reparte con el silencio por testigo.
Ayer, bastó un solo señalamiento en contra de él para darnos cuenta de lo mucho que significa para las personas de El Mante. La calumnia cayó fulminada por las muestras de apoyo hacia quien se ha preocupado por la gente.
El Noé que yo conozco sale airoso de la descalificación, porque se ha formado con la gente, porque sabe lo que se sufre y padece día con día.
Con las piedras que tiran, el Noé que conocemos construye sueños y esperanzas para los que menos tienen.