En los principales periódicos decimonónicos de Ciudad Victoria, descubrimos que la literatura representó una necesidad y expresión humanista. Sobre todo el cultivo de la poesía, un género donde se aprecia el amor por las letras. Este espejo empañado por el tiempo, influyó para que sus habitantes se reconocieran como personas cultas en las buenas lecturas, música y teatro. Ser ilustrado en esos tiempos de enorme analfabetismo y señores de horca y cuchilla, se convirtió en una moda donde los periódicos jugaron un rol importante. Una de las primeras publicaciones de título nada romántico era El Rife, órgano Político y Literario editado en capital tamaulipeca en 1856. Años después en pleno porfiriato circuló El Estado de Tamaulipas «Periódico Científico, Literario y de Mejoras Materiales», dirigido en 1893 por José de Jesús Peña, instrumento de la Sociedad Científica y Literaria de Tamaulipas, integrada por lo más granado de la intelectualidad local: Luis Puebla y Cuadra, Guadalupe Mainero, Juan B. Tijerina y el poeta Manuel Barrero, ninguno originario de Victoria. Estos bardos derramaron su inspiración poética en temas sobre la patria y vida cotidiana. El periodismo cultural, sirvió para intercambiar ideas, comentar libros, compartir escritos y permanecer atentos a las noticias de los principales escritores. Este escenario fue el preámbulo que motivó a poetas y narradores a integrar sociedades literarias, similares a las de otras ciudades del país. Aunque la mayoría fueron efímeras, en cierta manera se encargaron de difundir en Tamaulipas las corrientes literarias romántica y modernista. Según menciona El Siglo Diez y Nueve, en 1879 surgió la primera Sociedad Literaria de Victoria durante una «inauguración muy lucida», inspirada en el ilustre poeta del «parnaso mexicano» Fray Manuel Martínez de Navarrete, quien radicó en tiempos coloniales en Tula de Tamaulipas. Esta institución de la cual ignoramos sus integrantes, operó al menos hasta 1893 y formó parte de las cuarenta y cinco organizaciones científicas y literarias del país, entre ellas la Sociedad Manuel Acuña de Tampico. (El Siglo Diez y Nueve/diciembre 2 de 1893). Según Carlos González Salas, en 1882 el polémico obispo Eduardo Sánchez Camacho reabrió ese año las puertas del Seminario, donde maestros y alumnos fundaron una Sociedad Literaria, para que los estudiantes expresaran sus ideas, aprendieran oratoria y ejercitaran el arte de la escritura. Como marcan los cánones de ese tiempo, la atmósfera cultural era complicada, debido a una sociedad eminentemente agrícola y analfabeta. Además existías pocas escuelas y maestros, así como una economía hacendaria. En honor al héroe tamaulipeco de la Guerra de Intervención Francesa, en 1887 se creó la Sociedad Literaria Pedro J. Méndez: «…de la que carecemos de datos concretos.» (Academias y Sociedades Literarias de México/ José Sánchez/1951). Al año siguiente, un grupo de ilustradas damas victorenses editaron El Lirio, Semanario de Literatura y Variedades. De su existencia y contenido editorial, solamente registramos una breve noticia del periódico El Diario del Hogar que comenta la nueva publicación: «Felicitamos a la sociedad de Ciudad Victoria por tener en su seno, señoras y señoritas que rinden culto a las letras, y no dudamos que estimulará a ese grupo de inteligencias femeniles a seguir por ese camino, en que son más las flores que las espinas.» Paralelamente a la fundación de sociedades mutualistas y filantrópicas, el surgimiento de las elites intelectuales de Victoria, fue un proceso lento. Hacia 1893, durante el gobierno de Alejandro Prieto, se consigna la inquietud en un pequeño espacio del periódico La Voz de México, donde menciona la presencia de: «…varios jóvenes amantes de la literatura, proponen fundar en Ciudad Victoria una sociedad literaria.» En medio de todo esto, surgió El Progresista dirigido por Juan B. Tijerina, como una publicación de «Ciencias, Artes, Literatura, Noticias y Anuncios» donde colaboran los jóvenes Lauro Aguirre y Carlos Govea. Incluía anuncios, crónicas de tertulias culturales y extensa variedad de poemas de autores desconocidos, dedicados al amor y belleza de la mujer tamaulipeca. Tijerina es considerado por sus admiradores como: «…representante del progreso intelectual…poeta de grandes vuelos que hace palpitar, por su poderosa rima, todas las almas tamaulipecas al unísono de su armoniosa lira…» fue un maestro, político y periodista matamorense con alta autoestima en su obra. Utilizó el seudónimo de Harmodio y presumía autoridad y suficientes méritos intelectuales para lanzar encendidas críticas a los mejores poetas de principios de siglo. De acuerdo al prólogo de su libro Miscelánea escrito por José Macías, el vate emitió opiniones atrevidas contra autores consagrados como Rubén Darío, Julio Florez, Francisco Bulnes, Julio Florez, Rafael Zayas Enríquez y Juan José Tablada. De los versos del obispo Ignacio Montes de Oca, decía que eran afeminados, en cambio a Joaquín Arcadio Pagaza lo recrimina por haber traducido al sodomita Virgilio quien se inspiró en el libidinoso Salomón. La muerte de Tijerina (1912), se convirtió en buen pretexto para reactivar la Sociedad Artística Literaria creada en 1906, y ponerla a la altura de este personaje liberal y tendencias misóginas. Fue el inició del culto a la personalidad a una figura icónica de la poesía tamaulipeca. Después de todo, sus amigos y discípulos, consideraron que su obra tenía enormes merecimientos para inmortalizarlo en homenajes, calles, escuelas y placas de bronce. Para no desentonar, en 1921 nació la Sociedad Literaria Amado Nervo en honor al poeta nayarita recién fallecido en Uruguay. La integraban alumnos de los colegios Penn y Juárez de la Iglesia de Los Amigos, dirigidos por el profesor José Martínez y Martínez. Eventualmente organizaban -al calor de la naturaleza-, tertulias en la Hacienda de Tamatán descritas en una crónica del periódico trimensual Luz y Verdad de la Liga Estudiantil Amado Nervo, presidida por Gonzalo Mercado, Armando Mansilla, Brígido Anaya y otros. «El joven Francisco Lerma, presidente saliente, con voz timbrada, tomó a la Nueva Mesa la protesta reglamentaria, después se siguió un selecto y escogido programa que fue desempeñado por quienes tomaron parte en el. Atronadores aplausos premiaban el mérito. Pudimos con verdadero placer oír a satisfacción, declamar a la señorita profesora Juanita Caballero, al joven Adam Mercado en una pequeña pieza que leyó algo excitado, a la señorita Violente Caballero nos leyó un trozo de lectura chispeante que hizo mantener en risa constante a los allí presentes. Siguieron algunos números y sentimos no recordar los nombres de los que desempeñaron, pues nuestro reporter ya estaba en ansia de compartir lo que momentos después se obsequiaba. Después se entregaron a la distracción y a recorrer las inmediaciones de la Hda. Momentos después, en medio de fraternal alegría volvían los socios de la Nervo a sus dulces ruidos.» En la segunda mitad del siglo XX, la maestra y poeta Graciela González Blackaller continuó con la tradición de las sociedades literarias. En 1968 fundó el Círculo Literario Manuel Altamirano Lapizlázuli que duró pocos años. Ese vació fue cubierto por la Sociedad Literaria y Cultural Bellas Letras, Bellas Artes creada en 1971 por el maestro y poeta Francisco de P. Arreola del Toro, único varón de esta asociación civil. Desde entonces, han alentado sus asambleas, recitales y lecturas en público las poetisas Graciela González Blackaller, María de los Ángeles Guillén de Haces, Bibi Arreola de Avilés, Bertha Vázquez Cruz, Juana María Aregüllín, Alicia Caballero Galindo, Silvia Montelongo y Lucy Herrera, entre otras.