Hace unos meses, asistí a un curso de actualización en sistemas de cómputo. Soy directora de informática de una empresa transnacional que se dedica a la venta de aparatos electrónicos, actualmente las operaciones en línea son cada vez más eficientes y es necesario estar actualizada. Fue complicado despegarme de mi casa por unos días porque estoy casada y tengo una niña de tres años, dejarla al cuidado de mi esposo es una tarea a la él que no está acostumbrado, porque trabaja y no acepta del todo que me ausente de la ciudad para asuntos laborales, además llevo a cuestas la atención de mi madre que enviudó recientemente y no quiere irse a vivir con nosotros, es muy independiente, después de 40 años de matrimonio, el cambio es brusco, ¡en fin¡ no podemos imponerle una forma de vida que no desea. Tiene recursos suficientes y su propia economía que está acostumbrada a manejar, y prefiere estar sola. Mi único hermano vive en el extranjero y poco viene para acá.
Mi trabajo es muy demandante y quisiera tener más libertad para realizarlo, los errores son costosos, es mucha mi responsabilidad. Lucho diariamente con todos mis fantasmas y mis cadenas, que a veces me agobian. Pensé que el viaje y el curso, me permitiría romper la rutina y cambiar de aires, aunque sea unos días, para renovar fuerzas y continuar con mi encomienda de vida, sentía que sobre mí recaían muchas responsabilidades y no me podía librar de ellas.
El día que llegué al hotel donde me hospedaría, mientras esperaba mi turno para confirmar mi reservación, no me podía desprender de mis problemas domésticos, veía caras alegres, el murmullo de la plática de los grupos y me sentía ajena a todo. Por fin, me asignaron habitación, subí a dejar el equipaje, a descansar un rato y prepararme para la primera sesión donde nos indicarían la mecánica del curso. Abrí la ventana de mi habitación que estaba en un quinto piso; respiré el viento fresco que baja de montañas y disfruté la vista majestuosa de Uruapan, Michoacán; altos pinares, tierra roja y el caserío blanco en su mayoría con techos de teja roja, cerré los ojos y aspiré ese olor a pino y humedad. Me recosté un rato y puse la alarma para despertar a tiempo. Me dormí profundamente, escuchando el canto de las aves y sintiendo el viento fresco que entraba por la ventana que dejé abierta, el clima estaba delicioso, fresco sin llegar a ser frío.
Cuando sonó la alarma, desperté sobresaltada, había perdido la noción del tiempo, con rapidez me levanté, refresqué mi cara y compuse mi peinado, me puse un saco sobre la blusa camisera que tenía puesta y me maquillé un poco, satisfecha de mi imagen, tomé mi bolso y me dirigí a los elevadores. Era extraño el pasillo estaba oscuro, le faltaba iluminación, por un momento me desorienté y no supe a donde dirigirme, todo se veía igual, no encontré ninguna señal que me orientara para llegar al ascensor. Consulté el reloj y me preocupé un poco; me gustaba llegar a tiempo a todas mis citas y lo extraño era que no se veía en ninguna parte los planos descriptivos donde indicaban a los huéspedes la ubicación de cada espacio en el piso. Seguí caminando siguiendo la lógica, no veía ventana alguna que viera al exterior para orientarme. El corazón empezó a latir de prisa y me sentí atrapada por un momento, distinguí a una señora entrada en años que caminaba lentamente por el pasillo y pensé que ella me podía orientar. La alcancé y con amabilidad pregunté:
-Buenos días señora, ¿sabe dónde encuentro el elevador para bajar?, creo que me desorienté.
Esbocé una sonrisa, me sentí un poco tonta, pero esperaba que ella me sacara de dudas. La señora, levantó su vista cansada y sin responder mi saludo, solo me indicó con su mano que a la vuelta del pasillo estaba lo que buscaba, le di las gracias y me dirigí por fin al elevador, la reunión estaba a punto de comenzar. Pensé que era raro la falta de ventanas y señalamiento, además no se veía gente a pesar de tener todas las habitaciones ocupadas.
Apresuré el paso, al dar la vuelta, me pareció que todo estaba igual, no vi el elevador, empecé a desesperarme; sin ventanas, con el tiempo encima, sin señalamientos… vi a una pareja de mujeres de mediana edad que caminaban por el pasillo y me acerqué a preguntarles por el cubo del elevador o la escalera para bajar, ellas sonrieron al verme y después emitieron sonoras carcajadas; una de ellas me respondió.
-¿Acabas de llegar?
Le respondí que sí.
Con un gesto de amargura, me respondió una de ellas.
– Ármate de paciencia, nosotros ya perdimos la noción del tiempo y seguimos buscando por lo menos una ventana para ver al exterior y no lo hemos logrado, debemos seguir buscando. Sigue tu camino, si encuentras la salida nos avisas.
Continuaron su camino ignorándome, escuché sus voces que se iban apagando a medida que se alejaban.
En una de las vueltas que di, por fin encontré el elevador, entré de prisa y aliviada, llegaría a tiempo a mi reunión. Presioné el botón de planta baja, se tardó mucho tiempo y al abrirse las puertas, me di cuenta que no era el vestíbulo, seguro tomé otro elevador, de nuevo sentí angustia de no llegar a tiempo a mi compromiso, el corazón latía más aprisa y de nuevo la angustia de sentirme perdida. Este pasillo tenía alfombras distintas y ventanas que dejaban entrar un poco de luz, pero estaban muy altas. Nuevamente inicié el recorrido en busca de una salida, la angustia por llegar a tiempo, fue sustituida por el temor de no poder salir de ahí. Me hizo pensar que así era mi vida, recorrer pasillos sin principio ni final que me mantenían atrapada sin remedio.
Después de mucho caminar sin sentido, entre pasillos y más pasillos, vi abrirse la puerta de un cuarto; a través de su ventana, pude ver el cielo, los pinares y sentir el viento fresco de aquel hermoso lugar, una mujer de edad madura y con aspecto agradable me invitó a pasar y me dijo:
-¿Verdad que te sientes perdida? No te preocupes, al salir de aquí encontrarás fácilmente todo y volverá a ser como antes, todo depende de ti. El camino debemos disfrutarlo, ¡nunca sufrirlo! Hay quienes se quedan atrapados en los pasillos y nunca salen, algunos entienden mis consejos, pero la mayoría, escuchan y no atienden, ni siquiera adivinan la existencia de esta puerta. Tú llegaste y la encontraste, no fue casualidad, eres una persona inteligente y encuentras la salida a tus situaciones. La vida, se hizo para gozar, aprender, aceptar las cosas y saber tomar a tiempo lo que nos ofrece. Busca la mejor opción según tu problemática y aprende a encontrar una salida para todo. ¡Anda! Sal de aquí, ve al encuentro de tu vida, gózala, no la sufras, disfruta lo que tienes y lucha por lo que quieres alcanzar, la vida es una aventura maravillosa que vale la pena vivirla. Aprecia el privilegio de estar viva y tener lo que tienes. Mucha gente se queda atrapada en estos pasillos y nunca sale.
Me empujó suavemente a la puerta y salí al pasillo. Esta vez estaba iluminado, se veía a través de las ventanas un bello paisaje y algunas de ellas estaban abiertas y el viento fresco acariciaba mi rostro, consulté el reloj, faltaban cinco minutos para que iniciara la conferencia, sin problemas encontré el elevador que me condujo al vestíbulo y a la sala de conferencias.
Nunca supe lo que pasó; ¿soñé?, ¿imaginé?, ¡no sé! De lo que estoy segura es que aprendí.
Hoy, me siento distinta, veo con otros ojos todo, disfruto lo que tengo y me siento inteligente sorteando las situaciones que vivo de la mejor manera. Fue una lección de vida. A veces veo ese pasillo oscuro sin principio ni final, pero lo evito, mejor busco la habitación de luz que me hizo reaccionar.