En el año de 1908, nació mi madre en Monclova Coahuila; mi abuelo era ferrocarrilero y viajaba constantemente era conductor y muy hábil para descongestionar las vías cuando se saturaban, llegó a conducir el tren de don Jesús Carranza, hermano de don Venustiano. Mi abuela y sus pequeños, cuatro mujeres y dos hombres, vivían cerca de la estación del ferrocarril, había aprendido a sortear los peligros de los constantes enfrentamientos armados. Dentro de los recuerdos más emocionantes de mi madre, estaban los viajes realizados con mi abuelo cuando era conductor, porque viajaban con toda comodidad en el cabús y atendidos por el personal del tren.
Monclova era una plaza codiciada tanto por los villistas como los carrancistas porque confluían varias vías a puntos importantes del país; quien controlaba esa plaza tenía en su poder un importante centro de comunicación que les permitía controlar el transporte de sus ejércitos. Por lo tanto, con frecuencia había enfrentamientos armados por el control de esa estación y los habitantes, en su mayoría mujeres con sus hijos, y ancianos estaban acostumbrados a lidiar con esos incidentes que comunmente terminaban con la vida de muchos de sus habitantes. Siendo don Venustiano Carranza nativo de Cuatro Ciénegas Coahuila, todos eran carrancistas; la llegada de los villistas, representaba una amenaza grave para los habitantes de esos lugares. Contaba mi madre que cuando los hombres del pueblo andaban en campaña, la llegada de los villistas sembraba pánico por lo sanguinario que eran. en cierta ocasión, un hermano de mi abuela que era telegrafista, fue balaceado en la estación, alcanzó a salir de la oficina pero quedó desmayado en la calle, cuando fue descubierto por los villistas aún con vida, lo remataron dejándole caer una gran piedra en la cabeza, una de sus hijas presenció la escena desde su escondite, una pila de leña que estaba cerca de ahí. El telégrafo, representaba en ese entonces, la forma más rápida y eficaz para comunicarse, por lo que tomar las oficinas, era también un recurso poderoso para comunicarse con sus ejércitos en otros lugares. El telégrafo y los trenes eran el medio de comunicación y transporte que les daba ventaja a quien lo controlara.
Una tarde de verano, Monclova estaba tranquila, los niños jugando en la calle, las mamás platicando en corrillos cerca de sus casas descansando de las faenas diarias, de pronto, el suelo empezó a estremecerse y en el horizonte, se levantaba una nube de polvo, alguien gritó: ¡escóndanse que vienen los villistas! De inmediato, se rompió la armonía y todos corrieron a resguardarse. Los hombres estaban luchando y la mayoría eran mujeres, niños y ancianos. Mi abuela se apresuró a llevar a sus hijos adentro de la casa, las mujercitas que tenían entre diez y quince años, eran escondidas en una excavación en el piso de tierra de la casa, para disimularlo, se colocaba una cama sobre las tablas que cubrían el escondite, los colchones de lana, eran colocados en las ventanas y puertas, para detener las balas que en ese tiempo no los traspasaban. Mi abuela, se ponía a rezar después de esconder a las muchachas, y los niños varones, los resguardaban en una noria seca de poca profundidad. La noche fue terrible; cascos de caballos trotando por las calles, gritos de dolor de los heridos, improperios de todas clases de los agresores, y desde la torre de la iglesia la cócona (ametralladora) vomitaba su carga de muerte. Poco a poco se fue asilenciando la noche, los villistas se habían apoderado de la estación y el telégrafo.
Cuando los gallos anunciaron el amanecer, salieron de sus escondites todos, mi abuela, abrió la puerta de la casa y las muchachas, se quedaron en la cocina haciendo de comer para que no estuvieran a la vista, mientras los niños, jugaban. Mientras mi abuela barría y regaba el piso de la casa, Arturo, uno de sus hijos de unos cuatro años, se sentó en el escalón a ver pasar a los villistas que se paseaban orondos con sus grandes sombreros, unos a pie y otros a caballo.
Se escucharon voces cercanas y dos villistas se detuvieron en la puerta de la casa al ver la cara sonriente del niño, uno de ellos se quitó el sombrero y le preguntó:
-Cómo te llamas, niño- y el pequeño responde sin miedo: -Arturo señor-.
Mi abuela se moría de miedo, si descubrían que era la casa de mi abuelo, un reconocido carrancista, solo Dios qué pasaría. El soldado le dijo con una sonrisa de triunfo: – a ver niño: aquí quien vive- y el niño le respondió con orgullo: -“Viva Carranza”-
-¡No! Viva Villa – responde el soldado con fuerza
Mientras tanto mi abuela detrás de la puerta casi se desmaya temiendo que le dieran un balazo al niño. Para rematar, el niño le responde:
-¡No,viva Carranza, porque Villita mata!
Pasaron unos segundos de suspenso y por fin, uno de los villistas tirando su sombrero al suelo después de prorrumpir palabras irrepetibles, exclama:
-Vámonos, aquí, hasta los perros son carrancistas.
El niño se quedó sentado en el escalón de la casa mientras mi abuela tuvo que sentarse para no desmayar, se le doblaban las rodillas de miedo.
Nota:
Es una anécdota verídica de la vida de mi madre y su familia.