Ciudad de México.- Con la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM como su quirófano, John Maxwell se dispone a operar.Una vivisección que el autor sudafricano de 79 años, una de las plumas más aclamadas y laureadas de la lengua inglesa, hace sobre sí mismo delante de un nutrido público, que desde horas antes ya lo esperaba bajo la enorme mancha gris que devino aguarrada. ¿Publicar primero las obras en español y en América Latina es un gesto, o una declaración?, le lanza durante la charla Raquel Serur, e inicia este procedimiento titulado «J. M. Coetzee, honestidad intelectual sin concesiones», en referencia al fallo del jurado de la Academia Sueca que le otorgó el Nobel en 2003. «Definitivamente es un gesto. Me imagino que un gesto político», revira el escritor, quien no tiene reparo en revelar que su encuentro con la académica sigue un guión basado en preguntas que ha podido reflexionar previamente. Un experto que repasa sus notas antes de tomar el bisturí. Así, echando la mirada a los orígenes de una carrera literaria que se ha prolongado cinco décadas, el autor de Esperando a los bárbaros y Desgracia comienza a narrar en tercera persona, desplegado de sí, el extrañamiento de un creador con una etnología singular: un africano que no se identifica con las claves de la cultura de su continente ni con el idioma que habla. «Este hombre joven empieza a escribir ficción en una lengua adquirida: inglés, y publica su primera novela en Sudáfrica, pero su ambición es mayor: quiere ser publicado en todo el mundo», cuenta.Los años pasan y logra convertirse en un autor internacional, pero empieza a sentirse cada vez más alienado por el pensar de Estados Unidos, y ni qué decir del Reino Unido: «No le gusta la complaciente creencia de los estadounidenses de que su sistema económico, forma de vida y cultura están destinados a dominar el globo». Entonces, al perder el interés en la recepción que el mundo anglosajón haga de su obra, comienza a pensarse a sí mismo como un autor que no está anclado a ningún país ni idioma, y fragua una alianza con un traductor argentino para publicar su obra primero en español, como ocurrió con Siete cuentos morales.»Escribo en inglés, pero nunca he sentido que el inglés sea mi lengua, como el inglés se debe haber sentido para Shakespeare, por ejemplo, o para Thomas Harris o Herman Melville», confiesa. Es entonces cuando, inquirido sobre este escepticismo de la lengua inglesa, Coetzee logra una incisión clave que muestra todo aquello que subyace en lo más profundo de su quehacer.»No me gusta la manera en que el inglés se está apoderando del mundo; no me gusta la manera en la que desplaza las lenguas modernas que encuentra en su camino, y aquí pienso particularmente en lo que está ocurriendo en Sudáfrica. «No me gustan las pretensiones universales del inglés, es decir, la incuestionable creencia de que el mundo es de acuerdo a sus términos», sostiene el dos veces ganador del Booker Prize. «Ni la arrogancia que esta situación genera en sus hablantes nativos. Entonces hago lo que puedo para resistir la hegemonía del idioma».Esta aversión es tal que se resiste a la idea de que el inglés se haya vuelto una lengua tan universal que incluso deba trascender vidas.»Tal vez en la siguiente vida tengamos que aprender hebreo o sánscrito o griego o esperanto o algún inimaginable idioma de los ángeles, ¿quién sabe?», responde, a pregunta expresa, sobre por qué los personajes de su trilogía sobre Jesucristo -La infancia de Jesús (2013), Jesús en la escuela (2017) y La muerte de Jesús (2019)- hablan español.Una tríada de entregas que no versan sobre el Jesús bíblico ni histórico, pero ante las cuales es inevitable cuestionar a Coetzee si se asume como un autor cristiano, lo cual rechaza, asegurando que jamás ha considerado relevante la religión en su vida, mas no así la figura de Cristo, particularmente desde la óptica del francés René Girard acerca de que el ciclo de violencia sólo puede romperse con un sacrificio ejemplar.»Sin ser creyente», relata, «ni miembro de alguna iglesia, he sido influenciado de muchas maneras por el pensamiento de Cristo. Soy alguien interesado en lo que Jesús tiene que decirnos, pero el Jesús de los evangelios, documentos que son extremadamente difíciles de leer y entender a pesar de su simplicidad».Este auditorio es apenas la primera parada del Nobel en el País, antes de hacer presencia, hoy, en el Festival Internacional de Cine de Morelia para la premier de la adaptación fílmica de Esperando a los bárbaros, del colombiano Ciro Guerra.Lo cual trae a la mesa de operaciones no sólo la revelación de que un director argentino ahora busca adaptar la trilogía de Jesús a una serie televisiva, sino la relevancia actual que el autor infiere de una de sus obras emblema, Esperando…, en un mundo donde los esfuerzos de los gobernantes están en la defensa de las fronteras.Y, de nuevo, el pulso de Coetzee es certero.»(Hay que) dejar de pensar en los refugiados como un problema y empezar a pensar en los flujos de población por las fronteras nacionales como un hecho de la vida en el mundo, un flujo que sólo se va a hacer más fuerte mientras la crisis del planeta aumente. Empezar a aprender a vivir con el flujo», enfatiza.Terminado el delicado procedimiento, el artífice se pone de pie y es ovacionado.De modo casi inmediato, en el vestíbulo del recinto se forma una larga fila de fieles. Sólo tienen 30 minutos para conseguir una rúbrica, estrechar su mano y, con suerte, que aquella serena y fina fachada les gesticule una sonrisa.Lo que el autor les ha entregado ya, un paseo anatómico por las insondables regiones de su vida y su carrera, vale más que todo eso. Hora de publica