Escribe el cronista Antonio Guerrero Aguilar desde Santa Catarina:
«La Sierra Madre Oriental, tan solo cuenta con dos gargantas que comunican a los llanos esteparios del noreste con el Altiplano: la Cuesta de los Muertos y el Cañón de Santa Rosa entre Linares e Iturbide. Ahora, para reconocer nuestras montañas, tan solo hay unas tres entradas, pero ninguna como la Boca del Potrero de Santa Catarina. Por eso, no resulta raro qué desde tiempos ancestrales, estén apropiándose de terrenos, con cordilleras, cañadas y ecosistemas, sin considerar que son las que captan el agua, que a su vez rellena los mantos freáticos que se han depositado por cientos de años debajo de nuestro subsuelo. Para la gente de Santa Catarina, aquellos parajes eran de todos como de nadie. Para ello conformaron una comunidad de accionistas, que controlaba la distribución del agua del río de los ancestros, evitaba la extracción ilegal de flora como de fauna; así como de maderas diversas. Tenían hasta una garita en donde los guardias forestales llevaban un registro de lo que entraba como salía. El 20 de noviembre de 1936 se hizo la dotación ejidal para los vecinos del Potrero en Los Nogales, que repartió agostaderos en el Cañón de la Mielera. Tres años después, don Lázaro Cárdenas, para evitar más daños a Monterrey por las crecidas y torrentes, además de impedir el uso indebido de las montañas, hizo el Parque Nacional Cumbres de Monterrey. Pero los capitanes de empresa y urbanizadores, se negaron a cumplir tales disposiciones y lograron que Manuel Ávila Camacho, en 1942 recortara la extensión de la zona natural protegida, que comprendía la totalidad de los municipios como Monterrey, Garza García, Santiago, Allende y Santa Catarina, además de unas porciones de Galeana, Rayones, Guadalupe y García».