Las 50 navidades de mi vida las he pasado junto a mi madre, primero por destino, después por tradición y creo que ahora por suerte, soy afortunada, lo sé aunque en algunos momentos de mi juventud hubiera deseado estar a mil kilómetros de distancia, viviendo la vida o creyendo que estar lejos de casa y de la familia es una de las mejores cosas que le pueden pasar a uno cuando tiene 20 o 25 años y desea comerse el mundo en un bocado; en vez de estar con la familia, cantando villancicos, comiendo guajolote relleno en un pueblo perdido de la huasteca potosina, soportando a los hermanos mayores y peleando con mis sobrinos por los espacios, los postres o las tareas domésticas. La navidad es la época que más me gusta del año, la afición por las posadas, los cantos y rezos al niño Jesús son inherentes a mi naturaleza espiritual, siempre fueron parte de mi vida y se pierden en mi memoria. La imagen del Niño Dios que mi madre heredó de mi abuela paterna, o sea de su suegra, siempre ha sido el centro de la fiesta navideña, nada ni nadie le disputa ese lugar esencial que mi mamá siempre se preocupó por ponderar. Sin embargo, esta navidad no fue como las anteriores, ni en esta ni en muchas familias en el mundo que están inundadas por el dolor que trajo la pandemia con la ausencia de seres queridos, que se fueron de golpe sin poder despedirlos, abrazarlos y decirles que todo va a estar bien. Así organizamos un encuentro virtual, cada uno desde su casa, su ciudad, con su familia, sumando no solo a los hijos y nietos de mi madre, que como matriarca presidia la reunión, sino también a mis primos junto con sus hijos y nietos, descendencia de mi tía Jovita recientemente fallecida y hermana de mi madre. Todos unidos por primera vez rezamos el rosario, pedimos posada, cantamos villancicos, arrullamos a todos los niños Jesús para acostarlos en el pesebre, cada uno en sus casas e hicimos el brindis de Navidad gracias a la extraordinaria tecnología del Zoom. Comparto el mensaje navideño que mi primo Enrique Espinoza Sáenz Pardo leyó por parte de toda la descendencia de mi tía Jovita que junto a mi primo Salvador fueron los grandes ausentes de la noche. «Benditos sean los que llegan a nuestra vida en silencio, con pasos suaves para no despertar nuestros dolores, no despertar nuestros fantasmas, no resucitar nuestros miedos. Benditos sean los que se dirigen con suavidad y gentileza, hablando el idioma de la paz para no asustar a nuestra alma. Benditos sean los que tocan nuestro corazón con cariño, nos miran con respeto y nos aceptan enteros con todos nuestros errores e imperfecciones. Benditos sean los que pudiendo ser cualquier cosa en nuestra vida, escogen ser generosidad. Benditos sean esos iluminados que nos llegan como un ángel, que dan alas a nuestros sueños y que, teniendo la libertad para irse, escogen quedarse a hacer nido. Con este poema de poema de Edna Frigato les quiero decir: Aprovecha cada día para perdonar, para sonreír, para amar, para ser feliz, para darle gracias a Dios por estar contigo siempre. Aunque no podemos agradecer individualmente a todas y todos ustedes su apoyo constante, permanente e incansable, en esos momento tan difíciles, no se han olvidado palabras y gestos de afecto y quiero expresar a nombre de toda la Familia Espinoza Sáenz Pardo, en estas palabras sinceras que fue muy reconfortante sentir que estaban con nosotros. Nuestro dolor fue su dolor y es su dolor. Todos sabemos que es difícil ver a los que amamos irse y que el dolor de esta pérdida es para siempre. Pero con una verdadera familia y amigos a nuestro lado, todo se vuelve más reconfortante. Nuestro agradecimiento eterno desde lo más profundo de nuestros corazones hoy y siempre”. Email: [email protected]