El jardín de la libertad
Por Libertad García Cabriales
Se necesita a alguien muy valiente para ser madre, alguien muy fuerte para criar
un niño y alguien muy especial para amar a otro más que a sí misma.
Lilly Ansen
Toda una polémica se armó hace unos días, cuando en una mesa de expertos
dialogaron acerca del papel fundamental de las madres. Una interesante reflexión
donde se puso de manifiesto que no hay otra responsabilidad como la nuestra,
porque desde el primer instante del nacimiento, en la primera caricia, la primera
mirada, ya estamos ejerciendo un rol definitivo en la vida de los hijos. Así de
fuerte, importante, esencial es nuestra influencia como madres. Tal vez nos damos
poco tiempo para pensarlo, pero somos nosotras en mayor medida, quienes
forjamos y definimos el ser de nuestros niños como sustentadoras de la vida, pero
también en la crianza, como transmisoras del amor, de valor y valores esenciales.
Y los expertos de la mesa, mitad de ellos hombres y mitad mujeres; concluyeron
que es la madre quien mayormente forja el carácter de sus hijos. Aunque ahora,
venturosamente los roles han cambiado y los padres contribuyen a la crianza;
siguen siendo las madres en mayoría, al menos en nuestro país, quienes con el
contacto cotidiano construyen la personalidad y contribuyen en gran parte al
desarrollo emocional de sus hijos. Y más todavía en estos complejos tiempos, el
tema emocional resulta fundamental en la vida de cualquier persona. Lo he visto
por muchos años con algunos de mis estudiantes en la universidad, a quienes la
presencia o ausencia de un padre les ha marcado, pero la esencia de una madre
los ha salvado. Y no exagero.
En el rol de madre, los cuidados son esenciales, Los estudiosos han comprobado
que el cerebro de un bebé se va forjando en respuesta a los cuidados, a la
cercanía de la madre. Cuidar es fortalecer. A querer o no, es mucha la influencia
que ejercemos, especialmente en los primeros años, pero eso se refleja toda una
vida y hasta en la muerte. Nunca olvidaré a mi amado padre, “viendo” a su madre
(fallecida hacía muchos años) entrar por la puerta del hospital, después del infarto
que finalmente terminaría con su vida. La huella es infinita dice bien Sabines en la
poesía. Y también el influjo. Pero no siempre es para bien y también hay que
decirlo, pues muchas veces las madres, sin tomar conciencia, no se detienen y en
sus búsquedas de bienestar material, transmiten a sus hijos el afán de lucro, el
gusto por tener antes que ser. Y peor aún, madres dañando, traumando,
imponiendo estereotipos y prejuicios.
Y eso motiva la pregunta. ¿Qué prefieres forjar como madre? ¿Hijos exitosos al
exterior o felices en su interior? Porque no es lo mismo. El éxito es una palabra
ahora muy repetida, manoseada, pero poco reflexionada. Alcanzar el éxito no
garantiza el bienestar emocional. El sentido de la vida no está en el éxito. Y
muchas personas por alcanzarlo, terminan mal, frustrados, deprimidos, enfermos.
Debemos reflexionar en ello, pues se ha confundido mucho. Además, se ha
demostrado que es necesario enseñar a los hijos que caer es normal y lo
importante es aprender a levantarse. Y ni el llamado “éxito”, ni la felicidad son para
siempre; son procesos en constante construcción. Más importante que forjar un
hijo exitoso materialmente, es formar buenas personas. A este mundo le urgen las
buenas personas. Los más graves problemas de la humanidad se generan en la
indiferencia, la ambición, el afán de lucro, de dominio. Es válido que pretendas
hijos “exitosos”, pero nunca olvides que quienes verdaderamente pueden cambiar
su entorno son las buenas personas. El juego, las caricias, la conversación, el
cuento por la noche, la demostración del incondicional amor, pueden hacer la
diferencia Fortalecer el indisoluble lazo, pero también hablarles de quienes sufren,
enseñarles a dar, estar con los otros, compartir. Predicar con el ejemplo.
Reafirmar la conciencia que la madre otorga el principal capital emocional del
futuro de un ser humano y con ello de la humanidad entera.
No es fácil ser madre. Puede ser lo más bello, pero también lo más doloroso. Y
nadie nace enseñado, diría mi abuela. Nadie. Porque luego están las llamadas
“súper womans”, pretendiendo ser perfectas, poder todo y hacer todo bien, hasta
que la vida les da un revés. Las redes sociales están llenas de sus fotos perfectas.
Eso no existe. Y tarde o temprano nos damos cuenta que ser madre también es
dolor, angustia, dificultades, incluso incomprensión. Enfrentar las espinas es
también aprendizaje necesario para el crecimiento de madres e hijos. Y en medio
de un mundo violento y polarizado, ser pacificadoras, enseñar el valor de la
armonía.
En suma, nada es comparable al amor por los hijos, a la alegría de verlos
realizados, sanos, felices. Un amor que no cambia y como decía Erich Fromm, no
necesita ser merecido. Falibles, imperfectas, vulnerables, nadie podrá soslayar el
valor de una madre en la construcción de una sociedad. La voluntad para
alimentar cuerpo y espíritu. Mientras escribo, desde mi corazón agradezco la
fuerte red de mujeres que ha sustentado mi vida: abuelas, madre, suegra,
hermanas, cuñadas, hijas, nietas, amigas, compañeras, colaboradoras, alumnas…
Sin mujeres no habría vida. En este Día de Madres, es necesario detenernos y
pensar en nuestro fundamental papel en la familia y en la sociedad. Nos va el
futuro en ello.
¡Feliz Día de las Madres que son todos los días!